viernes, 15 de abril de 2011

El camino de la autodependencia. Jorge Bucay

Para entender la dependencia, vale la pena empezar a pensarnos de alguna manera liberados y de muchas maneras prisioneros. En este “casi ser y casi no ser” que evoca el poeta, pensarnos desde la pregunta: ¿Qué sentido y qué importancia le dará cada uno de nosotros al hecho de depender o no de otros?

Retomo aquí el lugar donde una vez abandoné una idea, que definí con una palabra inventada: Autodependencia.
¿No había ya suficientes palabras que incluyeran la misma raíz?

Dependencia
Co-dependencia
Inter-dependencia
In-dependencia

¿Hacía falta una más?
Creo que sí.

La palabra dependiente deriva de pendiente, que quiere decir literalmente que cuelga (de pendere), que está suspendido desde arriba, sin base, en el aire.
Pendiente significa también incompleto, inconcluso, sin resolver. Si es masculino designa un adorno, una alhaja que se lleva colgando como decoración. Si es femenino define una inclinación, una cuesta hacia abajo presumiblemente empinada y peligrosa.

Con todos estos significados y derivaciones no es raro que la palabra de-pendencia evoque en nosotros estas imágenes que usamos como definición:

Dependiente es aquel que se cuelga de otro, que vive como suspendido en el aire, sin base, como si fuera un adorno que ese otro lleva. Es alguien que está cuesta abajo, permanentemente incompleto, eternamente sin resolución.

Había una vez un hombre que padecía de un miedo absurdo, temía perderse entre los demás. Todo empezó una noche, en una fiesta de disfraces, cuando él era muy joven. Alguien había sacado una foto en la que aparecían en hilera todos los invitados. Pero al verla, él no se había podido reconocer. El hombre había elegido un disfraz de pirata, con un parche en el ojo y un pañuelo en la cabeza, pero muchos habían ido disfrazados de un modo similar. Su maquillaje consistía en un fuerte rubor en las mejillas y un poco de tizne simulando un bigote, pero disfraces que incluyeran bigotes y mofletes pintados había unos cuantos. Él se había divertido mucho en la fiesta, pero en la foto todos parecían estar muy divertidos. Finalmente recordó que al momento de la foto él estaba del brazo de una rubia, entonces intentó ubicarla por esa referencia; pero fue inútil: más de la mitad de las mujeres eran rubias y no pocas se mostraban en la foto del brazo de piratas.
El hombre quedó muy impactado por esta vivencia y, a causa de ello, durante años no asistió a ninguna reunión por temor a perderse de nuevo.
Pero un día se le ocurrió una solución: cualquiera fuera el evento, a partir de entonces, él se vestiría siempre de marrón. Camisa marrón, pantalón marrón, saco marrón, medias y zapatos marrones. “Si alguien saca una foto, siempre podré saber que el de marrón soy yo”, se dijo.
Con el paso del tiempo, nuestro héroe tuvo cientos de oportunidades para confirmar su astucia: al toparse con los espejos de las grandes tiendas, viéndose reflejado junto a otros que caminaban por allí, se repetía tranquilizador: “Yo soy el hombre de marrón”.
Durante el invierno que siguió, unos amigos le regalaron un pase para disfrutar de una tarde en una sala de baños de vapor. El hombre aceptó gustoso; nunca había estado en un sitio como ése y había escuchado de boca de sus amigos las ventajas de la ducha escocesa, del baño finlandés y del sauna aromático.
Llegó al lugar, le dieron dos toallones y lo invitaron a entrar en un pequeño box para desvestirse. El hombre se quitó el saco, el pantalón, el pullover, la camisa, los zapatos, las medias... y cuando estaba a punto de quitarse los calzoncillos, se miró al espejo y se paralizó. “Si me quito la última prenda, quedaré desnudo como los demás”, pensó. “¿Y si me pierdo? ¿Cómo podré identificarme si no cuento con esta referencia que tanto me ha servido?”
Durante más de un cuarto de hora se quedó en el box con su ropa interior puesta, dudando y pensando si debía irse... Y entonces se dio cuenta que, si bien no podía permanecer vestido, probablemente pudiera mantener alguna señal de identificación. Con mucho cuidado quitó una hebra del pulóver que traía y se la ató al dedo mayor de su pie derecho. “Debo recordar esto por si me pierdo: el que tiene la hebra marrón en el dedo soy yo”, se dijo.
Sereno ahora, con su credencial, se dedicó a disfrutar del vapor, los baños y un poco de natación, sin notar que entre idas y zambullidas la lana resbaló de su dedo y quedó flotando en el agua de la piscina. Otro hombre que nadaba cerca, al ver la hebra en el agua le comentó a su amigo: “Qué casualidad, éste es el color que siempre quiero describirle a mi esposa para que me teja una bufanda; me voy a llevar la hebra para que busque la lana del mismo color”. Y tomando la hebra que flotaba en el agua, viendo que no tenía dónde guardarla, se le ocurrió atársela en el dedo mayor del pie derecho.
Mientras tanto, el protagonista de esta historia había terminado de probar todas las opciones y llegaba a su box para vestirse. Entró confiado, pero al terminar de secarse, cuando se miró en el espejo, con horror advirtió que estaba totalmente desnudo y que no tenía la hebra en el pie. “Me perdí”, se dijo temblando, y salió a recorrer el lugar en busca de la hebra marrón que lo identificaba. Pocos minutos después, observando detenidamente en el piso, se encontró con el pie del otro hombre que llevaba el trozo de lana marrón en su dedo. Tímidamente se acercó a él y le dijo: “Disculpe señor. Yo sé quién es usted, ¿me podría decir quién soy yo?”

Y aunque no lleguemos al extremo de depender de otros para que nos digan quiénes somos, estaremos cerca si renunciamos a nuestros ojos y nos vemos solamente a través de los ojos de los demás. Depender significa literalmente entregarme voluntariamente a que otro me lleve y me traiga, a que otro arrastre mi conducta según su voluntad y no según la mía. La dependencia es para mí una instancia siempre oscura y enfermiza, una alternativa que, aunque quiera ser justificada por miles de argumentos, termina conduciendo irremediablemente a la imbecilidad.

La palabra imbécil la heredamos de los griegos (im: con, báculo: bastón), quienes la usaban para llamar a aquellos que vivían apoyándose sobre los demás, los que dependían de alguien para poder caminar.
Y no estoy hablando de individuos transitoriamente en crisis, de heridos y enfermos, de discapacitados genuinos, de débiles mentales, de niños ni de jóvenes inmaduros. Éstos viven, con toda seguridad, dependientes, y no hay nada de malo ni de terrible en esto, porque naturalmente no tienen la capacidad ni la posibilidad de dejar de serlo.
Pero aquellos adultos sanos que sigan eligiendo depender de otros se volverán, con el tiempo, imbéciles sin retorno. Muchos de ellos han sido educados para serlo, porque hay padres que liberan y padres que imbecilizan.
Hay padres que invitan a los hijos a elegir devolviéndoles la responsabilidad sobre sus vidas a medida que crecen, y también padres que prefieren estar siempre cerca “Para ayudar”, “Por si acaso”, “Porque él  (cuarenta y dos años) es tan ingenuo” y “Porque ¿para qué está la plata que hemos ganado si no es para ayudar a nuestros hijos?”.
Esos padres morirán algún día y esos hijos van a terminar intentando usarnos a nosotros como el bastón sustituyente.
No puedo justificar la dependencia porque no quiero avalar la imbecilidad.

Siguiendo el análisis propuesto por Fernando Savater, existen distintas clases de imbéciles.

Los imbéciles intelectuales, que son aquellos que creen que no les da la cabeza (o temen que se les gaste si la usan) y entonces le preguntan al otro: ¿Cómo soy? ¿Qué tengo que hacer? ¿Adónde tengo que ir? Y cuando tienen que tomar una decisión van por el mundo preguntando: “Vos ¿qué harías en mi lugar?”. Ante cada acción construyen un equipo de asesores para que piense por ellos. Como en verdad creen que no pueden pensar, depositan su capacidad de pensar en los otros, lo cual es bastante inquietante. El gran peligro es que a veces son confundidos con la gente genuinamente considerada y amable, y pueden terminar, por confluyentes, siendo muy populares. (Quizás deba dejar aquí una sola advertencia: Jamás los votes.)

Los imbéciles afectivos son aquellos que dependen todo el tiempo de que alguien les diga que los quiere, que los ama, que son lindos, que son buenos.
Son protagonistas de diálogos famosos:

—¿Me querés?
—Sí, te quiero...
—¿Te molestó?
—¿Qué cosa?
—Mi pregunta.
—No, ¿por qué me iba a molestar?
—Ah... ¿Me seguís queriendo?

(¡Para pegarle!)

Un imbécil afectivo está permanentemente a la búsqueda de otro que le repita que nunca, nunca, nunca lo va a dejar de querer. Todos sentimos el deseo normal de ser queridos por la persona que amamos, pero otra cosa es vivir para confirmarlo.

Los varones tenemos más tendencia a la imbecilidad afectiva que las mujeres. Ellas, cuando son imbéciles, tienden a serlo en hechos prácticos, no afectivos.
Tomemos mil matrimonios separados hace tres meses y observemos su evolución. El 95% de los hombres está con otra mujer, conviviendo o casi. Si hablamos con ellos dirán:
—No podía soportar llegar a mi casa y encontrar las luces apagadas y nadie esperando. No aguantaba pasar los fines de semana solo.
El  99% de las mujeres sigue viviendo sola o con sus hijos. Hablamos con ellas y dicen: 
—Una vez que resolví cómo hacer para arreglar la canilla y que acomodé el tema económico, para qué quiero tener un hombre en mi casa, ¿para que me diga “traéme las pantuflas, mi amor”? De ninguna manera.
Ellas encontrarán pareja o no la encontrarán, desearán, añorarán y querrán encontrar a alguien con quien compartir algunas cosas, pero muy difícilmente acepten a cualquiera para no sentir la desesperación de “la luz apagada”. Eso es patrimonio masculino.

Y por último...
Los imbéciles morales, sin duda los más peligrosos de todos. Son los que necesitan permanentemente aprobación del afuera para tomar sus decisiones.
El imbécil moral es alguien que necesita de otro para que le diga si lo que hace está bien o mal, alguien que todo el tiempo está pendiente de si lo que quiere hacer corresponde o no corresponde, si es o no lo que el otro o la mayoría harían. Son aquellos que se la pasan haciendo encuestas sobre si tienen o no tienen que cambiar el auto, si les conviene o no com-prarse una nueva casa, si es o no el momento ade-cuado para tener un hijo.
Defenderse de su acoso es bastante difícil; se puede probar no contestando a sus demandas sobre, por ejemplo, cómo se debe doblar el papel higiénico; sin embargo, creo que mejor es... huir.

Cuando alguno de estos modelos de dependencia se agudiza y se deposita en una sola persona del entorno, el individuo puede llegar a creer sinceramente que no podría subsistir sin el otro. Por lo tanto, empieza a condicionar cada conducta a ese vínculo patológico al que siente a la vez como su salvación y su calvario. Todo lo que hace está inspirado, dirigido, producido o dedicado a halagar, enojar, seducir, premiar o castigar a aquel de quien depende.
Este tipo de imbéciles son los individuos que modernamente la psicología llama COdependientes.
Un codependiente es un individuo que padece una enfermedad similar a cualquier adicción, diferenciada sólo por el hecho (en realidad menor) de que su “droga” es un determinado tipo de personas o una persona en particular.
Exactamente igual que cualquier otro síndrome adictivo, el codependiente es portador de una personalidad proclive a las adicciones y puede, llegado el caso, realizar actos casi (o francamente) irracionales para proveerse “la droga”. Y como sucede con la mayoría de las adicciones, si se viera bruscamente privado de ella podría caer en un cuadro, a veces gravísimo, de abstinencia.
La codependencia es el grado superlativo de la dependencia enfermiza. La adicción queda escondida detrás de la valoración amorosa y la conducta dependiente se incrusta en la personalidad como la idea: “No puedo vivir sin vos”.

Siempre alguien argumenta:
—...Pero, si yo amo a alguien, y lo amo con todo mi corazón, ¿no es cierto acaso que no puedo vivir sin él?
Y yo siempre contesto:
—No, la verdad que no.

La verdad es que siempre puedo vivir sin el otro, siempre, y hay dos personas que deberían saberlo: yo y el otro. Me parece horrible que alguien piense que yo no puedo vivir sin él y crea que si decide irse me muero... Me aterra la idea de convivir con alguien que crea que soy imprescindible en su vida.
Estos pensamientos son siempre de una manipulación y una exigencia siniestras.

El amor siempre es positivo y maravilloso, nunca es negativo, pero puede ser la excusa que yo utilizo para volverme adicto.
Por eso suelo decir que el codependiente no ama; él necesita, él reclama, él depende, pero no ama.

Sería bueno empezar a deshacernos de nuestras adicciones a las personas, abandonar estos espacios de dependencia y ayudar al otro a que supere los propios.
Me encantaría que la gente que yo quiero me quiera; pero si esa gente no me quiere, me encantaría que me lo diga y se vaya (o que no me lo diga pero que se vaya). Porque no quiero estar al lado de quien no quiere estar conmigo...
Es muy doloroso. Pero siempre será mejor que si te quedaras engañándome...

Es  sólo  un  fragmento...el libro completo  en www.formarse.com.ar 

17 comentarios:

  1. Me encantó el fragmento del texto, ahora la tarea es reflexionar qué tipo de persona soy, a lo mejor soy dependiente de algo, pero no me he dado cuenta o no lo he querido reconocer. Estoy de acuerdo con el comentario del autor cuando afirma "Por eso suelo decir que el codependiente no ama; él necesita, él reclama, él depende, pero no ama".
    Muy interesante, ojalá se de un tiempo en la clase para analizar este fragmento, sería excelente.

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  2. Esta muy bueno este texto y eso que solo es un fragmento, creo que deberiamos conocerlo todos y estudiarlo con mayor detenimiento por nuestro bien asi que voto por analizarlo en clase o en autoacceso como dijo sandy

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  3. Más acertado no puede estar, y aunque la necesidad de estar acompañado es muy fuerte no representa que pueda morir por una ausencia, aun que sea amor, un amor dura lo que tiene que durar. y la afirmación que más me agrado fue
    Me encantaría que la gente que yo quiero me quiera; pero si esa gente no me quiere, me encantaría que me lo diga y se vaya (o que no me lo diga pero que se vaya). Porque no quiero estar al lado de quien no quiere estar conmigo...
    Es muy doloroso. Pero siempre será mejor que si te quedaras engañándome... genial

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  4. Estoy de acurdo con zule y Sandy, me gustaría que trabajarnos con el texto en auto acceso, me gustó mucho el texto está muy bueno. Una pregunta que me plantee es ¿Qué tanto dependo de los demás? , de acurdo a las clasificaciones en el texto, y cómo evolucionar o más bien llegar a ser autodependiente, pero claro toando en cuenta a los demás sin llegar a un egocentrismo

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  5. Coincido con mis compañeros pues el texto es muy interesante; pero además nos brinda información valiosa que nos obliga a reflexionar sobre el tipo de personas que somos o que en ocasiones solemos ser o tener a nuestrao alrededor; sería bueno compartirlo con los demás hasta con nuestros alumnos; para que desde este momento vean que clase de personas quieren ser.

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  6. Ya lo dijo una vez Albert Einstein "Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas." Haciendo reflexión sobre lo anterior, cada día que pasa me doy cuenta que ignoro un sin fin de cosas, teniendo muy claro que la palabra "cosas" es una palabra con un significado bastante abierto.
    Leer este fragmento me hizo reconocer, el tipo de imbécil que suelo ser. Es de sabios reconocer que hemos caído en situaciones que nos llevan a ser imbéciles. Porque no me dejaran mentir, Albert Einstein ya lo dijo "Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro."
    Culmino mi comentario no sin antes agradecerle por las frases que emite que sin duda son luces de filosofía que me obligan a pensar y dar respuesta a mis dudas.

    José Luis...

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  7. Coincido con Sandy, Zuleyma, Pepe (Diego) y Nany, y una frase que me llamo mucho la atención y que considero de reflexión es “Y aunque no lleguemos al extremo de depender de otros para que nos digan quiénes somos, estaremos cerca si renunciamos a nuestros ojos y nos vemos solamente a través de los ojos de los demás”.

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  8. ¿Seré una persona dependiente? Me cuesta trabajo decidir pues siempre manifestamos actitudes que nos llevaran a depender de lago pero esto no es verdaderamente necesario pues podemos ser libres y actuar sin el pensamiento ¿qué dirán…? Pues nuestra vida y son nuestros actos solo depende de nosotros para poder construirnos como personas únicas.

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  9. Es un texto hermoso…me gusto la forma en que está escrito
    No cabe duda que el hecho de saber y conocer el significado de las palabras permite crear textos comunicativos.
    Y a veces a través de lo que leemos reflexiones lo que somos…

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  10. Excelente texto, me agrado desde el ten, l dependencia, en verdad es para reflexionar, y saber que somos y en que nos estamos convirtiendo. La verdad yo creí en un momento de mi vida ser dependiente, al no tener nadie mayor a mi lado, pero me di cuenta que no, que al contrario dependo mas de otra personas que de mí. Con este texto es momento de analizar, en verdad quien soy, y tratar de cambiar, depender o no depender solo depende de nosotros.

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  11. me encanto todo el texto, como lo dice Sandy ahora solo me quda reflexionar ¿que tan dependiente soy ? ¿Como soy? y como me comporto hacia los demas , para ello es necesario tratar de ser uno misma , de ser feliz y vivir la vida claro tratando de ser mejores cada dia pero no para satisfacer a los demas sino para estar bien consigo misma.

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  12. Dependemos todos de todos, de una u otra forma pero dependemos. Lo importante es ver hacia donde enfocamos esta dependencia. Muy buen texto, deberíamos analizarlo más

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  13. No debemos permitir que nadie nos haga daño. No dependemos de nadie para ser felices. Todos alguna vez hemos sido unos imbéciles, al depender de otros. En mayor o menor medida. No es tan sencillo llegar a un nivel de autoconocimiento.

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  14. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  15. El fragmento de ésta obra me pareció fascinante. Y pienso que en algún momento de nuestra vida, nos hemos visto en esta situación. Me parece puntual y acertada cada palabra y lo importante es comprenderlas, y una vez hecha la reflexión acerca del tipo de persona que somos, de nosotros dependerá que sigamos así o cambiemos, aunque es algo complicado pero no imposible. En mi caso tendré que trabajar en algunos aspectos...
    Coincido con Jen ser felices sólo depende de nosotros porque el depender de comentarios de otros puede causar frustraciones al no cumplir las expectativas.

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  16. realmente dependo de alguien o de algo? sinceramete jamas me habia puesto a pensar esta situación, como bien dice sandy talvez si talez no dependo de los demas pero eso no es lo malo, sino lo malo es no saber reconocerlo, de igual maera bombon tiene razon el ser felices solo depende de un mismo, ya que al depender de los demas solo acasiona heridas en nosotros mismos

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  17. en la mayoria de nosotros no nos hemos puesto a reflexionar sobre que es lo que hacemos. este texto es muy interesante pero ahora falta que nosotros nos pongamos a reflexionar sobre que tipo de personas somos, es facil juzgar a los demas y dificil juzgarnos como persona.

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