miércoles, 1 de febrero de 2012

Elogio (innecesario) de los libros


Por Carlos Monsiváis
Ilustraciones de Gustavo Zalamea

Uno de los más importantes intelectuales mexicanos, el escritor Carlos Monsiváis, regresa a las páginas de Número con este texto sobre los libros y la lectura que leyó en la instalación del 6º Congreso Nacional de Lectura, dedicado este año al tema «Lectura para construir nación», organizado por Fundalectura. Se publica con autorización de Fundalectura y del autor.


    En relación con la lectura en el siglo XXI latinoamericano, los agoreros podrían fallar y acertar a la vez. En conjunto se lee menos, y la lectura dista de ocupar el sitio real y mitológico de otro tiempo, donde las resonancias de los libros eran inmensas, así sólo la minoría leyera de modo regular. Ahora el costo de los libros los aleja con frecuencia de los estudiantes de la enseñanza pública (en el ámbito de la enseñanza privada, lo inaccesible suele provenir del desinterés, pues allí la posesión se valora muy por encima del conocimiento). Así mismo, no se dispone de un sistema de información bibliográfica que oriente y ahorre esfuerzos (más del 90% de los libros carecen de una recepción mínimamente adecuada); disminuye, por razones de la cultura de masas, el valor atribuido a la lectura; no procede, con la rapidez debida, la actualización tecnológica, y así sucesivamente.
    ¿Cómo afecta la globalización los procesos de lectura? Es muy pronto para decirlo y el asunto es de tal vastedad que sólo un insensato titularía una ponencia «Lectura y globalización». Sin embargo, aventuro un bosquejo del tema:

  • Se perfeccionan o, si se quiere, se vuelven casi inapelables procesos ya advertibles desde hace décadas; el primero, el avasallamiento de las industrias culturales de Norteamérica, que en materia de lectura imponen (proponer sería un verbo de enorme modestia) dos grandes zonas del consumo: los bestsellers (a tal punto identificados con los viajes, que si uno está en casa de cualquier modo se abrocha el cinturón de seguridad) y la literatura de autoayuda o superación personal.
  • Internet obliga a un mucho mayor ejercicio de la lectura, así sea fragmentaria y opuesta a las prácticas antiguas de concentración, y también distribuye un cúmulo informativo desconocido y abrumador. Por ejemplo, lo que hoy los interesados en el mundo entero conocen sobre Leonardo da Vinci, el Opus Dei, los templarios, las sectas católicas, etcétera, se debe al éxito de El código Da Vinci, que remite a internet.
  • El lector se considera cada vez más representante de los lectores, debido al proceso que a todos, en algún nivel, nos vuelve emblemáticos de lo global. Falta poco para escuchar en las reuniones: «¡Qué global te viste!» o «De veras, no tenía idea de que fueras tan local».
  • Las industrias editoriales, por fuerza, tienden a integrarse a grandes holdings, y el gran mérito de las editoriales pequeñas es y será convertir su resistencia en una alternativa institucional.
  • Se unifican de modo constante las visiones educativas y se globaliza el proceso de la enseñanza superior. Eso no elimina las distancias históricas entre metrópolis y tercer mundo, pero sí las aclara y, por así decirlo, quebranta las nociones deterministas. Las carencias científicas y tecnológicas no describen mentalidad alguna, sino procesos del imperio, y la falta de proyectos y de posibilidades en las naciones sujetas a su hegemonía o, mejor, dependientes de sus ritos de pobreza.
  • El universo de la imagen, la iconosfera, desplaza en la vida colectiva al universo del libro. Y a esta pérdida de centralidad me refiero en las notas siguientes.
  • Se perfeccionan o, si se quiere, se vuelven casi inapelables procesos ya advertibles desde hace décadas; el primero, el avasallamiento de las industrias culturales de Norteamérica, que en materia de lectura imponen (proponer sería un verbo de enorme modestia) dos grandes zonas del consumo: los bestsellers (a tal punto identificados con los viajes, que si uno está en casa de cualquier modo se abrocha el cinturón de seguridad) y la literatura de autoayuda o superación personal.
  • Internet obliga a un mucho mayor ejercicio de la lectura, así sea fragmentaria y opuesta a las prácticas antiguas de concentración, y también distribuye un cúmulo informativo desconocido y abrumador. Por ejemplo, lo que hoy los interesados en el mundo entero conocen sobre Leonardo da Vinci, el Opus Dei, los templarios, las sectas católicas, etcétera, se debe al éxito de El código Da Vinci, que remite a internet.
  • El lector se considera cada vez más representante de los lectores, debido al proceso que a todos, en algún nivel, nos vuelve emblemáticos de lo global. Falta poco para escuchar en las reuniones: «¡Qué global te viste!» o «De veras, no tenía idea de que fueras tan local».
  • Las industrias editoriales, por fuerza, tienden a integrarse a grandes holdings, y el gran mérito de las editoriales pequeñas es y será convertir su resistencia en una alternativa institucional.
  • Se unifican de modo constante las visiones educativas y se globaliza el proceso de la enseñanza superior. Eso no elimina las distancias históricas entre metrópolis y tercer mundo, pero sí las aclara y, por así decirlo, quebranta las nociones deterministas. Las carencias científicas y tecnológicas no describen mentalidad alguna, sino procesos del imperio, y la falta de proyectos y de posibilidades en las naciones sujetas a su hegemonía o, mejor, dependientes de sus ritos de pobreza.
  • El universo de la imagen, la iconosfera, desplaza en la vida colectiva al universo del libro. Y a esta pérdida de centralidad me refiero en las notas siguientes.
***
    Gracias a la lectura, cada persona se multiplica a lo largo del día. El impulso del personaje de un relato, de una atmósfera literaria, de un poema, renueva y vigoriza las opiniones morales y políticas, vuelve por una hora un poeta o un narrador al que complementa con imaginación lo leído, ayuda a situarse ante el horizonte científico o social, vigoriza el sentido idiomático. Así sea a contracorriente de algunos textos, la lectura es el ingreso a la racionalidad, la fantasía, la grandeza de los idiomas, el don de extraer universos de la combinación de las palabras. Lo afirma Borges, que ya lo dijo todo con tal de volvernos su sistema de ecos: «No vivo para leer, leo para vivir».

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    ¿Ha disminuido el hábito de la lectura? Tal vez sí, y uso el tal vez porque según mi experiencia, antes tampoco se leía mucho. Y el analfabetismo funcional se expande por razones diversas, que incluyen la falta de hábito social y familiar de la lectura, el desinterés de los gobiernos, la ausencia en la educación básica de la recomendación de libros, la decisión (involuntaria) de considerar bibliotecas y librerías espacios hostiles y extraños (en México, en 2001, el director del Instituto Nacional de la Juventud declaró que el aumento del 15% del IVA a los libros serviría, ya reconvertido ese dinero en bibliotecas, «¡para que ningún joven tenga que entrar a una librería!»). Y la causa mayor es la competencia abrumadora de la iconosfera, del universo de imágenes. Con todo, se sigue leyendo porque sin el aprendizaje del lenguaje y sus recursos en distintos niveles, no existe la articulación social.

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    Muy poco se consigue si se quiere obligar a la lectura a las personas o a las comunidades. Sí hay tal cosa, como la vocación lectora y los estímulos, y las incitaciones al libro algo consiguen, pero no milagros, en el estilo de «Una mañana Gregorio Samsa despertó y comprobó que había leído de principio a fin la Encyclopedia Britannica». Se pueden multiplicar las ofertas y el acceso a los libros, pero los grandes lectores, los lectores profesionales, por así decirlo, seguirán siendo minoría.
    Por lo demás, se modifica el acercamiento a la lectura. El libro ya no es un signo irrestricto de autoridad, no en Latinoamérica, desde luego, donde si alguien quería leer la Biblia requería hasta hace medio siglo los «intérpretes calificados», que evitaban los «extravíos». La cultura fílmica es hoy otra ruta formativa y lo visual se propone como la vía mayoritaria. Sin embargo, nada remplaza ni puede remplazar a la lectura en lo tocante a la comprensión de la historia, la sociedad y los seres humanos, a la estructuración lógica del conocimiento y al simple hecho de la comunicación inteligible.

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    A la pregunta del aporte de los libros a los niños y los jóvenes, la respuesta obligada debe ser: «Que cada uno responda». No conozco otra mejor. La persona que se entusiasma ante un libro está al tanto de uno de los aportes de la lectura y no necesita más explicaciones. Por unas horas, esas páginas le modificaron la vida y lo hicieron distinto. ¿Qué más se quiere que la pérdida legítima de identidad durante un tiempo de hechizamiento? Si uno al leer no es otro y no es otros, no es nadie.

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    ¿Humaniza la lectura? La pregunta es una trampa heredada del tiempo de la superioridad indiscutible de los letrados y, de manera más enfática, del clasismo de las élites, que se burlan de los analfabetos porque éstos no logran, como sí lo consiguen quienes los desprecian, renunciar al placer de la lectura. Y si los que se abstienen no se deshumanizan, los lectores tampoco se humanizan por el mero hecho de serlo, porque la ventaja de frecuentar lo impreso no consiste en la superioridad sobre los demás (imposible de obtener por un mero ejercicio óptico), sino en el cambio interno; en la certeza de que uno ha sido mejor que de costumbre mientras lee, y volverá a remontar algunas de sus limitaciones cuando recuerde lo leído. Así por ejemplo, en materia de clásicos —de El Quijote a Cien años de soledad, de la Divina Comedia a Residencia en la tierra— sólo sus frecuentadores están al tanto de lo que se habrían perdido de no hacerlo. Y allí radica su gran ventaja: en la celebración del tiempo ganado.
    Ejemplifico de mala manera las maniobras de la superioridad instantánea de quienes dicen leer sobre quienes manifiestamente no lo hacen. En 2001 el presidente de México, Vicente Fox, fue al Segundo Congreso de la Lengua en Valladolid, España. Al leer su discurso habló del gran escritor José Luis Borgues. El mundo ilustrado le cayó encima y aún persiste la burla, originada en un 99% entre personas que jamás han leído a Borges, ni tal desmesura se proponen. Algo parecido a ser moderno a costa de la edad media. Y don Vicente Fox coronó el episodio meses después. Al preguntársele por las críticas recibidas, comentó: «Bueno, me atacaron muchísimo porque no supe decir el nombre de un escritor. Pero cualquiera puede cometer un lapsus bilingüe».

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    ¿Cómo se impulsa la lectura? Desde la fundación de las repúblicas, los gobernantes de Latinoamérica ensalzan los libros en ceremonias escolares, se olvidan de los tímidos privilegios fiscales, editan joyas o joyitas de la prosa y la poesía nativas (que se eternizan en las bodegas, esos panteones de la identidad nacional), y les rinden homenaje a los grandes escritores, en veladas donde los asistentes, con celo policial, alivian su aburrimiento contabilizando los signos del tedio del gobernante. ¡Qué tipazo es el presidente! ¿Usté cómo domeñó sus bostezos?
    ¡Ah! Y de vez en cuando se lanzan campañas de animación, como la del PRI en la década de los años setenta, que mandó imprimir miles de pósters: «Hidalgo, un mexicano que aprendió a leer a tiempo / Juárez, un mexicano que aprendió a leer a tiempo / Zapata, un mexicano que aprendió a leer a tiempo»... A tiempo de entrar a la historia, uno supone, para descifrar la escritura en la pared, y no mucho más.
    ¿Qué han leído los gobernantes? En principio, casi nada, porque no disponen de tiempo. Si acaso, leyeron o ya leerán, lo que comprueba la calidad de sus improvisaciones. Antes, se recordaba lo leído durante la etapa estudiantil, y eso con el fin de asombrarse a sí mismos. ¿A qué hora se lee y para qué? Doy un ejemplo, para mí, relevante. A un político del Partido Acción Nacional (de la derecha mexicana), Carlos Medina Placencia, un periodista le pregunta: «¿Qué lee ahora, senador?». Responde: «Nada, porque me cambié de casa y tuve que meter mis libros en cajas». Nuevo interrogante: «¿Y hace cuánto se cambió de casa?». Contestación elocuente: «Hace como ocho años». Además, es notoria en todos los dirigentes de la vida pública, eclesiásticos y empresarios entre ellos, la ausencia del vocabulario proveniente de la lectura; Ludwig Wittgenstein lo definió en forma memorable: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Digo la frase y visualizo a la clase dirigente latinoamericana, y no sólo a ella, encerrada, previo ángel exterminador, en el aula de aquel distante y cercano sexto año de educación privada.
    A los políticos, los mercadólogos (los nuevos poderes tras el trono) y los asesores de imagen (el nuevo trono) les aconsejan: «No se alejen de su electorado,/ eviten las palabras domingueras,/ no envíen a sus oyentes al lugar más alejado del mundo, el diccionario». Y el consejo culminante: «Hablen como la gente de la calle», como si pudiesen hablar de otra manera. Sin embargo, el problema central de la capacidad tan menguante de la comprensión se halla también, y muy primordialmente, en varios temas.

***
    Afirma George Steiner: «Leer bien es arriesgarse a mucho. Es dejar vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de nosotros mismos (...) Quien haya leído La metamorfosis, de Kafka, y pueda mirarse impávido al espejo será capaz, técnicamente, de leer la letra impresa, pero es un analfabeto en el único sentido que cuenta».
    Escribió Alfonso Reyes: «Estamos tejidos en la sustancia de los libros mucho más de lo que a simple vista parece. Aun los rasgos más espontáneos de nuestra conducta y aun nuestras más humildes palabras tienen detrás, sepámoslo o no, una larga tradición literaria que viene empujándonos y gobernándonos». Lo dicho por Reyes es innegable hasta cierto momento; luego un círculo de fenómenos (la desaparición gracias a la telenovela del antiguo lenguaje del melodrama, tan armado en la retórica de las crispaciones; la preeminencia de los cómics, el gran instrumento de la alfabetización de masas; el desvanecimiento del sitio central de la poesía; la erosión de la lógica en el sistema universitario y en la formación del conocimiento y, sobre todo, el culto a los fragmentos y el relegamiento de las visiones de conjunto) garantizan lo que en un primer momento podía calificarse de «actitud distraída», que es, en rigor, la incapacidad de concentrarse culturalmente por el abandono o el desconocimiento del pensamiento abstracto y de los referentes culturales.

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    El plurilingüismo no va a la par de la democracia. Si las élites latinoamericanas reciben el siglo XX hablando francés, lo despiden «en inglés», por lo común con el vocabulario mínimo, el que les hace leer a saltos The New York Times, Time Magazine, Newsweek, los servicios indispensables de internet, algún bestseller de Stephen King o de Tom Clancy (o los relevos en la lista de The Top Ten) y los libros de su especialidad, nunca demasiados. Y lo usual, en todas las clases sociales, es detenerse en el inglés comercial, laboral y técnico. Y, ni modo, en el spanglish de la clase dirigente, el único idioma del que algo se percibe es el español.

***
    En la parte cercana a los seminarios y a la erudición, la derecha latinoamericana dispuso de un pasado bibliófilo; ahora la modernidad les reduce el espacio de credibilidad y, además, no les deja tiempo para leer, sólo para inmovilizarse ante la televisión. En la izquierda partidaria el antiintelectualismo se expresa por la devoción a la praxis, o, lo más común, por la burocratización de la idea de la praxis. Lo que no es acción es traición, y hay que enviar la invitación a la toma de conciencia con copia para las autoridades. Y la derecha, por otra parte, se especializa en su aversión a las audacias artísticas, lo que los lleva a censurar exposiciones, obras de teatro y películas. Por lo común, la secularización de las sociedades los obliga a retroceder, pero jamás desisten.
Resultan un tanto desalentadoras las campañas gubernamentales «en favor de la lectura» (frase usada hasta el cansancio en México). Desde hace medio siglo en el mundo son excepciones los dirigentes de toda índole formados en la lectura. Recuerdo ahora la campaña del candidato Vicente Fox. En un encuentro en el Polyforum con intelectuales y artistas, Fox se sinceró: «A diferencia de ustedes, que se formaron leyendo libros, yo me formé viendo las nubes». ¿Cuántos altos dirigentes podrían decir lo mismo? El presidente Bush tal vez no. Él se formó invadiendo las nubes.
    El alejamiento orgánico de la lectura de parte de la clase gobernante ha tenido, entre otros, un costo: la ausencia de medidas de protección. A diferencia de los gobiernos de España, al tanto de las ventajas de una política fiscal que aliente a las editoriales, los gobiernos en América Latina suelen presionar por más impuestos a libros y editoriales, sin la mínima visión de conjunto del asunto. Mi chovinismo me lleva al ejemplo del secretario de Hacienda de México, Francisco Gil Díaz, que al defender sus cargas impositivas acusa a los intelectuales de no haber conseguido que el pueblo lea, y concluye heroicamente: «Lo único que se lee en México son cómics semipornográficos». Y sus acciones no le acarrean costos políticos porque en materia de lecturas cada quien se conforma con reiterar sus promesas íntimas: «El año que viene sí termino de leer este soneto».


Educación y lectura
La masificación de la enseñanza tiene consecuencias positivas en lo cultural. En América Latina hay cientos de millones de estudiantes, de educación primaria a posgrado, y si en relación con otros países es aún insuficiente el número de inscritos en la enseñanza superior (o postsecundaria, como sugería Octavio Paz, no sé si malévolamente), las cifras son altísimas de cualquier modo.
¿De qué se habla cuando se anuncia la «catástrofe educativa»? De varios procesos simultáneos:

  • La incapacidad de las escuelas públicas y privadas de actualizar los métodos de enseñanza (y la falta de recursos para implantar adecuadamente la informática en la enseñanza pública).
  • La distorsión de las dificultades de la literatura. «No entiendo poesía, se me hace muy difícil».
  • La identificación entre lectura y compromisos de adquisición del título universitario.
  • La deserción sistemática de los obligados a trabajar o, seré más específico, a buscar empleo; el crecimiento de la población escolar y la disminución constante de recursos del Estado en el caso de escuelas públicas.
  • El fin de la creencia en las bondades providenciales del título universitario (ya no es cierto el dicho antiguo: «Cada abogado trae su pan»).
  • La falta de previsión en lo tocante a la relación entre universidades y mercado de empleos.
  • La conversión de la globalidad en religión civil, adorada en abstracto.
  • La absoluta falta de planeación. Así por ejemplo, la carrera de más acelerado desenvolvimiento en América Latina es ciencias de la comunicación o de la información, poblada de ansiosos de aparecer en televisión, o de «manipular a las masas» (de seguir así la explosión demográfica de esta carrera, se verá el caso insólito de las masas manipulando a las masas). Y la mercadotecnia es la nueva carrera universitaria de crecimiento veloz.


   En la educación pública la burocracia se expande, son lamentables los salarios de los profesores, las instalaciones son ruinosas y los planes de estudios se improvisan cada tres años. La educación privada no está mejor, instalaciones aparte en algunos casos, pero sus egresados sí disponen de más seguridades, o de alguna; por eso en México a la carrera de administración de empresas se le dice «administración de herencias». Así, no obstante la masificación de la enseñanza, los sistemas educativos no han variado en lo básico porque la tecnología deja muy atrás a la pedagogía y no hay suficiente dinero para la actualización tecnológica.

De la lectura como privilegio óptico
El deterioro del proceso educativo amengua considerablemente la puesta al día cultural. En la década de los años setenta se creyó posible o se quiso creer que en América Latina había cientos o miles de millones de estudiantes en la lectura.     No hay tal por razones diversas, entre ellas la inexorable: en cualquier sociedad sólo una minoría lee, y su proporción jamás crece al ritmo exacto de la demografía. Lo usual es el consumo de unos cuantos libros (por lo común entendido como cumplimiento de tareas de clase) y abundan las copias xerox. El grado xerox de la lectura. Sí, es muy importante el volumen de ediciones del Estado y las universidades (absolutamente desinteresadas en los asuntos de la distribución), pero tampoco son menospreciables la desidia y la hipocresía. ¡Ah, esas quejas a gritos de lo caro del libro de quienes jamás protestarían por el costo de las bebidas!
    El acercamiento a la lectura sólo por obligación desemboca en las «generaciones fechadas» de profesionistas, de los que es posible saber, con exactitud pasmosa, sus años de universidad y de posgrado por las referencias bibliográficas en su conversación. Y el fenómeno se agrava con la inexistencia de un sistema de bibliotecas digno de tal nombre. Son varias las bibliotecas de Estados Unidos y Europa que tienen más volúmenes que todas las de México juntas (lo anterior no me convierte en fetichista de las bibliotecas).
    Pudo y puede ser de otro modo, pero en América Latina nunca se le ha reconocido provecho alguno al acto de leer, calificado de «obsesión de grupos»; algo semejante a la Marca de Caín, el mismo que no acompaña a Abel por estar ante un libro. Leer «está bien» si se viaja en avión, si se está enfermo, si se convalece o si se requieren temas de sobremesa. Hasta allí. Y con esto pierde la sociedad, al abandonar una de sus ventajas primordiales: la lectura como estructura personal del conocimiento. El que no lee se acerca a las ideas con miedo, rechazo previo, encono o veneración parroquial; el que lee puede hacer eso mismo, pero es menor el número de probabilidades.
    Desde los años setenta, y el fenómeno es internacional, se renunció en la enseñanza elemental de América Latina a la memorización de fechas, poemas, procesos, y sólo se ha conseguido potenciar la amnesia de lo jamás aprendido. Y no se impulsa la lectura desde las instituciones educativas, ya que, en el fondo, no creen posible animar a los estudiantes a hacer lo que los funcionarios desdeñan. Este es el mensaje, no tan oculto: «Lee este libro en memoria de lo que nunca hojearás o vislumbrarás siquiera». La mayoría abandona su proceso educativo en el sexto año de primaria y otro porcentaje importante lo hace en el ciclo secundario; quienes prosiguen no suelen ver en la lectura un instrumento del desarrollo personal, sino un rito de tránsito. El proceso es más o menos el siguiente:

  • Los profesores de primaria y secundaria leen poco porque el salario no les alcanza y, por eso, no transmiten lo que no poseen: el placer de la lectura.
  • Los maestros de enseñanza media y, con frecuencia, de educación superior, no leen porque sus sueldos no lo permiten, y muy pocas veces las bibliotecas de sus instituciones tienen el acervo conveniente.
  • Ergo, los maestros transmiten su moraleja de múltiples formas: el libro es prescindible, ya que a mí, el maestro, no me impulsó en la vida, y a ustedes, los alumnos, los llevará, si no se cuidan, a ser profesores.
    Sé que generalizo, sé que no generalizo. Al tema, siempre que aparece, lo acompaña la solución: formar a los lectores desde la niñez. Pero, en la práctica, la apatía es notoria y es la minoría previsible la que lee desde siempre.

«Me gusta leer de noche para combatir el insomnio»
El analfabetismo funcional es sin duda la relación dominante con la lectura. Hay una impresión dominante: leer es dejar de ver lo interesante, leer es renunciar al ejercicio de la vista. Las madres exclaman al ver al hijo o a la hija leyendo: «¿Qué haces allí sentadote? Ponte a hacer algo útil». Por lo común, se leen los textos que nada más exigen la atención distraída y fragmentaria, o el apego devocional a falsos catecismos (la literatura de «autoayuda»). En América Latina, los prestigios literarios suelen darse por fe y no por demostración. El atractivo hipnótico de la tecnología auspicia generaciones de lectores que no se reconocerían como tales.
    La literatura del self help o de autoayuda pertenece al territorio de las generaciones, ya sin el menor sentido de culpa respecto a sus deberes hacia los libros. Los libros de superación personal son el mejor ejemplo de lo que se lee contradiciendo las tradiciones de la lectura, y son también un regreso al ámbito del Catecismo del padre Ripalda en su versión triunfalista. Un ejemplo:
P.: ¿Qué es el éxito?
R.: La única meta digna de obtener en la vida.
P.: ¿Dónde está el éxito?
R.: Al alcance de la voluntad de la persona y de su capacidad para conseguirlo en diez lecciones fáciles.
P.: ¿Dónde se inicia la búsqueda del
éxito?
R.: Ante el espejo, asegurando que el rostro tiene una expresión decidida.
    La lectura de los alejados de los libros. Pero éstos, ¿qué leen en rigor? Además de lo evidente (cómics, periódicos deportivos, libros de autoayuda o de superación personal, textos religiosos, divulgaciones de historia nacional e internacional, manuales de la especialidad), leen a través de los diálogos del cine y la televisión (donde el sustrato literario se desvanece), de los mensajes religiosos (amenazados cada vez más por la mercadotecnia), de la publicidad, del habla de los cómicos televisivos.


Del Mercado del Libro
¿Cómo se forman, se amplían o, de ser el caso, se reducen las generaciones de lectores, las hoy llamadas escuetamente el Mercado del Libro? La pregunta surge de un proceso marcado por la crisis de la industria gráfica y la industria editorial, la captura creciente de los puntos de venta por libros que sólo lo son en apariencia (esoterismo, consejos para obtener éxito instantáneo, etcétera), las inmensas dificultades de distribución y la carencia (histórica) de proyecto cultural de las instituciones gubernamentales, carencia que los programas más ostentosos no resuelven. Que el problema es grave lo exhiben las declaraciones extremistas. En 1992, Jaime Labastida, director de Siglo XXI, fue categórico: «Lo que hace falta no son campañas de promoción de la lectura, ni que los libros tengan mejores precios, ni tampoco que existan más bibliotecas y librerías. No necesitamos este tipo de estímulos porque los estímulos son mentales. Cuando hay verdadero interés, la actividad de la lectura se desarrolla por sí misma» (El Universal, 28 de diciembre de 1992).
    En su énfasis, Labastida se acerca un tanto a la tesis macluhaniana del fin de la era de Gutenberg: «La palabra escrita para efectos de diversión, como la novela y el relato, ha cedido mucho espacio a otras formas de entretenimiento, como el cine y la televisión; incluso el cine destruyó de manera completa la actividad teatral y ahora la televisión está destruyendo el cine (industria que ahora también se encuentra en crisis) y a la palabra escrita». La noción un tanto vaga de «estímulos mentales» y la síntesis del panorama, desoladora o defoliada, requieren explicación y matices. Ni el cine destruyó «de manera completa» la actividad teatral, que continúa incesante, aunque en graves dificultades económicas, ni la televisión está destruyendo (modificando sí) al cine, ni la palabra escrita ha perdido lo esencial de su impulso extraordinario. Y en cuanto a «los estímulos mentales», de ser éstos los que imagino, surgen de factores muy variados: las tradiciones de familia y comunidad, la vida estudiantil, las redes amistosas, las modas, las tendencias místicas y paramísticas, los deseos de superación, los descubrimientos personales que, como sea, en ese azar que nunca lo es tanto, necesitan bibliotecas, precios accesibles que persuadan a los lectores de mínimos recursos, campañas permanentes de incitación a la lectura, sistemas eficaces de distribución de la vasta y nunca muy distribuida producción estatal, etcétera. Los métodos —si se quiere convencionales— de acercamiento al libro distan de haberse agotado, entre otras cosas porque nunca se han intentado de manera rigurosa y sistemática, pese a la abundancia relativa de ediciones de libros de calidad que no contrarrestan la falta de proyectos nacionales, la abundancia burocrática y la sujeción de todos los planes a los relevos de gobierno.
    Es notorio el sitio ínfimo que el Estado y la sociedad le conceden a la lectura. Al respecto, Octavio Paz declaró:
«Los escritores mexicanos trabajamos en condiciones particularmente desventajosas: nuestra industria editorial es raquítica, las ediciones son ridículas por lo que se refiere al número de ejemplares, y aun así penetran muy difícilmente en un público que no lee. Y no lee porque no se ha inculcado en los hogares, ni en las escuelas, el amor a la lectura. La indiferencia ante el libro, general en los pueblos hispánicos, se convierte entre nosotros en una suerte de horror. Para la mayoría de nuestros compatriotas leer un libro es una excentricidad, una curiosidad psicológica que colinda con la patología. Esto ha sido el resultado de años y años de ruidosas campañas de alfabetización» (La Jornada, 16 de enero de 1993).
    La descripción de Paz no es justa. Las campañas de alfabetización han sido importantísimas y el desbordamiento de la enseñanza media y superior ha disminuido el antiintelectualismo en la sociedad (hoy, el libro es objeto de reconocimiento, en actitudes que van del respeto al fetichismo). La nueva generación de lectores aprovecha los resquicios de las oportunidades, y se hace presente en bibliotecas estatales, municipales y universitarias, cadenas de préstamos, fotocopias, búsquedas de saldos. El libro ha llegado errática pero significativamente a sectores que antes lo ignoraban, que si se inhiben ante los precios es por la ausencia del hábito social que considere productivo el gasto económico en un objeto de conocimiento. Los gobiernos, en Saturno, les atribuyen (si algo reconocen) a los rezagos del pasado y la economía mundial la falta de lectura, o la ven como el pago del presente por el bienestar de las generaciones futuras: «Tus nietos gozarán, viajarán, dispondrán de ocios creativos y leerán gracias a tus sacrificios».


***
    En materia literaria, está desapareciendo la provincia, en el sentido peyorativo del término. La sigue habiendo en materia de producción y distribución de libros, pero el nivel es semejante, y el conocimiento instalado de los escritores ya no difiere sensiblemente. El criterio de ventas no es de modo alguno sinónimo de calidad, pero tampoco, como lo han probado Rulfo y García Márquez, de falta de calidad. Y se han desvanecido las viejas oposiciones: nacionalismo / cosmopolitismo; alta cultura / cultura popular; tradición / modernidad, antinomias que se reformulan muy de otra manera.


¿Cuántos lectores quedan?
¿Qué significa la escasez de lectores y cuáles son sus causas? Entre ellas están:

  • El peso, tan señalado, de las rutinas televisivas. En la primera mitad del siglo, al menos en las clases medias, aunque también en sectores obreros, el periódico forma parte de los hábitos hogareños, y el civismo de los niños se inicia al oír a sus familiares discutir interpretaciones y noticias como parte de su vida cotidiana. Esto ahora sólo ocurre excepcionalmente durante los noticieros televisivos, y en lo tocante a la prensa, se confina a los escándalos. El morbo sí es pasión genuina de los lectores y los divulgadores de lo leído a medias.
  • Se busca complacer de modo primordial al «lector real o posible», superficial en extremo, descuidado, atravesado por el rencor social, que satisface sus demandas noticiosas al revisar las cabezas de los periódicos. Y los periódicos latinoamericanos, pese a su genuina vocación internacional, se desentienden del lector ideal, que es, en síntesis, el que de verdad lee los periódicos, y responde de manera crítica y desde posiciones comunitarias a la noticia y sus interpretaciones.
  • Las dificultades adquisitivas se acrecientan. La lectura se encarece y se «privatiza», y el problema se acentúa por la escasez de bibliotecas públicas. Falta hablar de las tecnologías que hoy se proponen como remplazo del libro. Su potencialidad es asombrosa, y muy probablemente determinarán los procesos de la enseñanza. Pero en la medida en que un niño o un joven o una persona adulta se encuentre con objetos poblados de signos descifrables, de los que extrae conocimientos sobre el ser humano, información, deleite, sentido del humor, gozo y cultivo del idioma, en esa medida la resurrección se garantiza.
  • La desconfianza casi instintiva ante lo afirmado en diarios y revistas, lo que se complementa con la credulidad casi instintiva ante los frutos del sensacionalismo. No se cree en la manipulación gubernamental, que usa las ocho columnas como cripta a perpetuidad del presidencialismo; se cree con fervor en las noticias que tienen la apariencia de rumor («¿Ya leíste eso? Parece como si te lo estuvieran diciendo»). Así, los lectores sistemáticos se reducen en cada ciudad a la minoría que lee dos o tres diarios (la excepción serían aquellos dedicados al deporte y los que satisfacen una idea antigua de pueblo: «Colectividad que sólo cree en el crimen, el deporte y el espectáculo»).
  • Según Piso, una valoración internacional de niveles de entendimiento, la capacidad de captar lo esencial de los textos no es lo más notable de América Latina. Se lee, pero se han perdido muchísimos niveles o asideros de comprensión.

Derechos de los lectores
Los derechos de los lectores distan de estar garantizados en la mayor parte de las publicaciones que, por lo demás, ni siquiera los consideran. Esto se debe, entre otros motivos, a:
  • El criterio cortesano que jerarquiza las noticias (primero, lo que le interesa al gobierno; ya después, si hay espacio, lo que le interesa a la sociedad).
  • El desinterés ante el seguimiento de noticias de importancia. Al principio, son hechos excepcionales; luego, son situaciones anticlimáticas. Gracias a tal estrategia, a casi todas las publicaciones sólo les interesan las noticias que surgen porque sí y desaparecen acto seguido.
  • La idea dominante, no por jamás verbalizada menos actuante, del rango secundario de lo escrito, relegado por lo televisivo.
    La lectura sigue siendo un acto profundamente personal. Y al Estado y la sociedad les corresponde crear las condiciones para que quien lo desee tenga a su alcance las facilidades o las oportunidades para ejercer como lector, rango nada menospreciable de los placeres de la subjetividad.
¿Una conclusión? Tiré mi corazón al azar y me lo ganó la lectura.

lunes, 30 de enero de 2012

Sexto Semestre. Seminario de Apreciación Literaria II

http://www.benv.edu.mx/EduSec/6semes/espa%F1ol/sem_apre.pdf


Esta asignatura pertenece a la línea de Apreciación Literaria, se ubica en el sexto
semestre de la Licenciatura en Educación Secundaria y es el segundo de dos seminarios
dedicados a la lectura y la creación literaria. Los contenidos que aquí se proponen tienen
continuidad con el primer seminario.
El curso tiene como propósito fortalecer en los futuros docentes el dominio de los
conocimientos, habilidades, actitudes y prácticas lectoras que posibiliten su competencia
literaria y estética, de igual forma, pretende que a través de la literatura los estudiantes
normalistas desarrollen formas de conocimiento y de exploración de la realidad humana y 
se enfoquen a la enseñanza, al aprendizaje, al conocimiento y a la transformación del
sujeto educativo. 
En el trabajo propuesto en este seminario, se establecen relaciones con las
asignaturas de la línea de Análisis de las características textuales, en cuanto al
conocimiento de los métodos de interpretación de textos y con la línea de Estrategias 
didácticas para promover la producción y comprensión de textos, con relación a los
enfoques didácticos para la enseñanza de la literatura en educación secundaria.
Finalmente, establece relación con la asignatura de Uso y conocimiento de los medios de
información, en tanto que la literatura ha cumplido a lo largo de la historia una función
comunicativa y se ha servido de otras manifestaciones artísticas para la articulación de
sus estructuras narrativas, sentidos y temáticas. Conviene aclarar que en este caso, no se 
intenta un estudio exhaustivo de los medios de comunicación y sí en cambio, se pretende 
establecer la interdiscursividad de la literatura con la cinematografía, la pintura y la
música, entre otras.

Sexto Semestre. Análisis de Textos Argumentativos

http://www.benv.edu.mx/EduSec/6semes/espa%F1ol/anal_tex.pdf

miércoles, 4 de enero de 2012


           

Juan Rulfo
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno
(1918 - 1986)


Firma de Juan Rulfo


A Juan Rulfo le bastaron una novela y un libro de cuentos para ocupar un lugar de privilegio dentro de las letras hispanoamericanas. Creador de un universo rural inconfundible, el narrador plasmó en sus narraciones no sólo las peculiaridades de la idiosincrasia mexicana, sino también el drama profundo de la condición humana. El llano en llamas (1953) reúne quince cuentos que reflejan un mundo cerrado y violento donde el costumbrismo tradicional se desplaza para vincularse con los mitos más antiguos de Occidente: la búsqueda del padre, la expulsión del paraíso, la culpa original, la primera pareja, la vida, la muerte. Pedro Páramo (1955) trata los mismos temas de sus relatos, pero los traslada al ámbito de la novela rodeándolos de una atmósfera macabra y poética. Este libro ostenta, además, una prodigiosa arquitectura formal que fragmenta el carácter lineal del relato.


               
                
              La mítica ciudad de Comala sirve de escenario para la novela y algunos cuentos de Juan Rulfo. Su paisaje es siempre idéntico, una inmensa llanura en la que nunca llueve, valles abrasados, lejanas montañas y pueblos habitados por gente solitaria. Y no es difícil reconocer en esta descripción las características de Sayula, en el Estado de Jalisco, donde el 16 de mayo de 1918 nació el niño que, más tarde, se haría famoso en el mundo de las letras. Su nombre completo era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno.
              Juan Rulfo dividió su infancia entre su pueblo natal y San Gabriel (así se llamaba la actual Ciudad Venustiano Carranza), donde realizó sus primeros estudios y pudo contemplar algunos episodios de la sublevación cristera, violento levantamiento que, al grito de "¡Viva Cristo Rey!" y ante el cómplice silencio de las autoridades eclesiásticas, se opuso a las leyes promulgadas por el presidente Calles para prohibir las manifestaciones públicas del culto y subordinar la Iglesia al Estado.
              Rulfo vivió en San Gabriel hasta los diez años, en compañía de su abuela, para ingresar luego en un orfanato donde permaneció cuatro años más. Puede afirmarse, sin temor a incurrir en error, que la rebelión de los cristeros fue determinante en el despertar de su vocación literaria, pues el sacerdote del pueblo, con el deseo de preservar la biblioteca parroquial, la confió a la abuela del niño. Rulfo tuvo así a su alcance, cuando apenas había cumplido los ocho años, todos aquellos libros que no tardaron en llenar sus ratos de ocio.
             A los dieciséis años intentó ingresar en la Universidad de Guadalajara, pero no pudo hacerlo pues los estudiantes mantuvieron, por aquel entonces, una interminable huelga que se prolongó a lo largo de año y medio. En Guadalajara publicó sus primeros textos, que aparecieron en la revista Pan, dirigida por Juan José Arreola. Poco después se instaló en México D.F., ciudad que, con algunos intervalos, iba a convertirse en su lugar de residencia y donde, el 7 de enero de 1986, le sorprendería la muerte.
            Ya en la capital, intentó de nuevo entrar en la universidad, alentado por su familia a seguir los pasos de su abuelo, pero fracasó en los exámenes para el ingreso en la Facultad de Derecho y se vio obligado a trabajar. Entró entonces en la Secretaría de Gobernación como agente de inmigración; debía localizar a los extranjeros que vivían fuera de la ley. Desempeñó primero sus funciones en la capital para trabajar luego en Tampico y Guadalajara y recorrer, más tarde, durante dos o tres años, extensas zonas del país, entrando así en contacto con el habla popular, los peculiares dialectos, el comportamiento y el carácter de distintas regiones y grupos de población.


Juan Rulfo con su hijo Juan Francisco (c. 1953)

              Esta vida viajera, este contacto con la múltiple realidad mexicana, fue fundamental en la elaboración de su obra literaria. Más tarde, y siempre en la misma Secretaría de Gobernación, fue trasladado al Archivo de Migración. Rulfo se ganó la vida en trabajos muy diversos: estuvo empleado en una compañía que fabricaba llantas de hule y también en algunas empresas privadas, tanto nacionales como extranjeras. Simultáneamente, dirigió y coordinó diversos trabajos para el Departamento Editorial del Instituto Nacional Indigenista y fue también asesor literario del Centro Mexicano de Escritores, institución que, en sus inicios, le había concedido una beca.
             


              La obra de Juan Rulfo, pese a constar sólo de dos libros, le valió un general reconocimiento en todo el mundo de habla española, reconocimiento que se concretó en premios tan importantes como el Nacional de Letras (1970) y el Príncipe de Asturias de España (1983); fue traducida a numerosos idiomas. En 1953 apareció el primero de ellos, El llano en llamas, que incluía diecisiete narraciones (algunas de ellas situadas en la mítica Comala), que son verdaderas obras maestras de la producción cuentística.
            Cuando, en 1955, aparece Pedro Páramo, la única novela que escribió Juan Rulfo, el acontecimiento señala el final de un lento proceso que ha ocupado al escritor durante años y que aglutina toda la riqueza y diversidad de su formación literaria. Una formación que ha asimilado deliberadamente las más diversas literaturas extranjeras, desde los modernos autores escandinavos, como Halldor Laxness y Knut Hamsun, hasta las producciones rusas o estadounidenses. Basta con acercarse a la novela, de estructura más poética que lógica, que ha sido tachada de confusa por algunos críticos, para comprender la paciente laboriosidad del autor, el minucioso trabajo que su redacción supuso y que le exigió rehacer numerosos párrafos, desechar páginas y páginas ya escritas.



              Desde 1955, año de la aparición de Pedro Páramo, Rulfo anunció, varias veces y en épocas distintas, que estaba preparando un libro de relatos de inminente publicación, Días sin floresta, y otra novela titulada La cordillera, que pretendía ser la historia de una inexistente región de México desde el siglo XVI hasta nuestros días. Pero el autor no volvió a publicar libro alguno. En una entrevista de 1976, Rulfo confesó que la novela proyectada había terminado en la basura. De vez en cuando, algunos textos suyos aparecían en las páginas de las publicaciones periódicas dedicadas a la literatura. Así, en septiembre de 1959, la Revista Mexicana de Literatura publicó con el título de Un pedazo de noche un fragmento de un relato de tema urbano; mucho más tarde, en marzo de 1976, la revista ¡Siempre! incluía dos textos inéditos de Rulfo: una narración, El despojo, y el poema La fórmula secreta.




... Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda! Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá —casi diez años atrás— había sufrido una conmoción semejante.
Gabriel García Márquez


Rulfo en su estudio (c. 1954)

La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la literatura mundial del siglo XX, sino uno de los libros más influyentes de este mismo siglo.
Susan Sontag


         
   
              La breve producción literaria de Juan Rulfo ha servido de inspiración y base para una considerable floración de producciones cinematográficas, adaptaciones de cuentos y textos de Rulfo que se iniciaron, en 1955, con la película dirigida por Alfredo B. Crevenna, Talpa, cuyo guión es una adaptación de Edmundo Báez del cuento homónimo del escritor. Siguieron El despojo, dirigida por Antonio Reynoso (1960); Paloma herida, que, con argumento rulfiano, dirigió el mítico realizador mexicano Emilio Indio Fernández; El gallo de oro (1964), dirigida por Roberto Gavaldón, cuyo guión sobre una idea original del autor fue elaborado por Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. En 1972, Alberto Isaac dirigió y adaptó al cine dos cuentos de El llano en llamas y en 1976 se estrenó La Media Luna, película dirigida por José Bolaños que supone la segunda versión cinematográfica de la novela Pedro Páramo.
               Fueron tantas las reacciones periodísticas y las notas necrológicas que se publicaron después de la muerte de Rulfo (1986) que con ellas se elaboró un libro titulado Los murmullos, antología periodística en torno a la muerte de Juan Rulfo. Póstumamente se recopilaron los artículos que el autor había publicado en 1981 en la revista Proceso.

CRONOLOGÍA DE JUAN RULFO


1918
Nace en Sayula, en el estado de Jalisco.
1923
Su padre, un antiguo terrateniente, es asesinado.
1927
Fallece su madre. Juan Rulfo y sus hermanos quedan bajo la custodia de la abuela materna, y pasan luego a un orfanato.
1934
Una larga huelga de estudiantes le impide ingresar en la Universidad de Guadalajara. Publica sus primeros textos. Se instala en Ciudad de México, donde intenta sin éxito ingresar en la Facultad de Derecho.
1936-46
Trabaja en la Secretaría de Gobernación como agente de inmigración.
1947
Contrae matrimonio con Clara Aparicio.
1953
Publica la recopilación de relatos breves El llano en llamas.
1955
Pública la novela Pedro Páramo.
1962
Ingresa en el Instituto Indigenista de México, institución en la que trabajaría hasta su fallecimiento.
1970
Recibe el Premio Nacional de Letras.
1983
Es galardonado con el Premio Príncipe de Asturias.
1986
Fallece en Ciudad de México.

Julio Cortázar. El cronopio

Julio Cortázar
(Bruselas, 26 de agosto de 1914 – Paris, 12 de febrero de 1984)
EL CRONOPIO


Existen escritores que despiertan admiración pero no amor. De Cortázar, en cambio, el lector se enamora fácilmente. Uno de los escritores más amados, innovadores y originales de nuestro tiempo, maestro del cuento, de la talla de Poe, Chéjov y Borges, y feliz autor de Rayuela, novela que inauguró una nueva forma de hacer literatura en Latinoamérica. La narrativa de Cortázar se distinguió por una búsqueda permanente del lenguaje y la ruptura de los esquemas clásicos. Sus personajes, obsesionados por cierta metafísica, por cierta búsqueda de otros mundos, perdidos y profundos, nos entreabren puertas a otros universos. Le dice la Maga a Oliveira en Rayuela: “Vos buscás algo que no sabes lo que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes”. La pasión lúdica de Cortázar hizo del libro casi un juguete, como en los casos de Vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round (1969). En Rayuela (1963) el lector puede avanzar a saltos, como el niño que arroja la piedra sobre el dibujo trazado en el cemento y emprende la aventura de llegar al cielo. Argentino de pies a cabeza pero de formación cosmopolita (leía en francés, inglés y español), Julio Cortázar vivió buena parte de su vida en París, ciudad en la que se estableció en 1951, donde adquirió su reputación de escritor y en cuya geografía ambientó su famosa novela. Y allí mismo murió. Desde 1981 tenía la ciudadanía francesa.


 La infancia del cronopio

Cortázar nació en 1914, en la embajada de Argentina en Bélgica, en Ixelles, distrito de Bruselas, en ese entonces ocupada por los alemanes, y fue llamado Julio Florencio. «Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia», declararía. Sus padres, María Herminia Descotte y Julio José Cortázar, eran argentinos, con ascendencia vasca, francesa y alemana. A finales de la Primera Guerra Mundial, los Cortázar lograron pasar a Suiza gracias a la condición alemana de la abuela materna de Julio, y de allí, poco tiempo más tarde, a Barcelona, donde vivieron año y medio. El pequeño Julio jugó con frecuencia en el Parque Güell con otros niños. A los cuatro años volvió a Argentina con la familia y el acento francés. Pasó el resto de su infancia en Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires, junto a su madre, una tía y Ofelia, su única hermana, que era un año menor. El padre abandonó el hogar y se desentendió para siempre de los hijos.
Así describe Cortázar a Banfield: “Era ese tipo de barrio, sumamente suburbano, que tantas veces encuentras en las palabras de los tangos: calles no pavimentadas, pequeños faroles en las esquinas, una pésima iluminación que favorecía el amor y la delincuencia por partes iguales, y que hizo que mi infancia fuera una infancia cautelosa y temerosa, porque las madres tenían mucho miedo por los niños. Había un clima a veces inquietante en esos lugares. Y al mismo tiempo era un paraíso: la casa tenía un gran jardín que daba a otros jardines. Un jardín lleno de gatos, perros, tortugas y papagayos: un paraíso. Pero en este jardín yo era Adán, en el sentido de que no conservo recuerdos felices de mi infancia ─demasiadas tareas, sensibilidad excesiva, tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados (mi cuento “Los venenos” tiene mucho de autobiográfico). Sin embargo, ése era mi reino, y he vuelto a él, lo he evocado en algunos cuentos, porque aún hoy lo siento muy presente muy vivo”.
«Mucha servidumbre, excesiva sensibilidad, una tristeza frecuente», le escribiría a Graciela M. de Sola, en 1963. «Pasé mi infancia en una bruma de duendes, de elfos, con un sentido del espacio y del tiempo diferente al de los demás», dice en la revista mexicana Plural n°44, en 1975. Fue un niño enfermizo y pasó mucho tiempo en cama, dedicado a los libros. Su madre, quien seleccionaba las lecturas, le dio a conocer al escritor que admiraría por el resto de su vida: Julio Verne. Afirma Cortázar: «Mi madre dice que empecé a escribir a los ocho años, con una novela que guarda celosamente a pesar de mis desesperadas tentativas por quemarla» (Siete Días, Buenos Aires, 973). Cortázar también recuerda que en cierta ocasión un pariente descubrió sus poemas y se los dio a la madre diciéndole que evidentemente esos poemas no eran suyos y que los copiaba de alguna antología. Estaba tan dedicado a la lectura que algún médico llegó a recomendarle leer menos durante cinco o seis meses y salir más a tomar un poco de sol.

Julio Cortázar
Fotografía de Jose Gelabert

Juventud, divino tesoro

Se tituló como Maestro Normal en 1932 y Profesor Normal en Letras en 1935 en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta. Asistió desde joven a los estadios a ver boxeo. Un feliz día de 1932, caminando por el centro de Buenos Aires, se topó con Opio, Diario de una desintoxicación, de Jean Cocteau, un total desconocido para él hasta entonces. Aquella lectura lo marcaría para el resto de su vida: «Sentí que toda una etapa de vida literaria estaba irrevocablemente en el pasado… desde ese día leí y escribí de manera diferente, ya con otras ambiciones, con otras visiones».
Comenzó estudios de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, aprobó el primer año, pero comprendió que debía utilizar el título que ya tenía para trabajar y ayudar a su madre. Dictó clases en Bolívar y luego en Chivilcoy. Vivió en cuartos solitarios de pensiones aprovechando todo el tiempo libre para leer y escribir. En 1944 se trasladó a Cuyo, Mendoza, y en su Universidad impartió cursos de Literatura Francesa. Publicó su primer cuento, “Bruja”, en la revista Correo Literario y participó en manifestaciones de oposición al peronismo. En 1945, cuando Juan Domingo Perón ganó las elecciones presidenciales, abandonó el magisterio. "Preferí renunciar a mis cátedras antes de verme obligado a 'sacarme el saco' como les pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus puestos", precisó. Reunió un primer volumen de cuentos, La otra orilla. Por esta época perfeccionó sus conocimientos del francés y el inglés. De nuevo en Buenos Aires, trabajó en la Cámara Argentina del Libro y como traductor ocasional. Vive una existencia solitaria y bohemia. “Me observaba a mí mismo, estudiando mi propio desarrollo sin querer jamás forzar las cosas”, dijo de esta época. Y precisó: “De 1946 a 1951, vida porteña, solitaria e independiente; convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano, lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético”.
En 1946 publicó el cuento "Casa tomada" en la revista Los Anales de Buenos Aires, dirigida por Jorge Luis Borges, y un trabajo sobre John Keats en la Revista de Estudios Clásicos de la Universidad de Cuyo. En 1947 colaboró con otras revistas. Publica un importante trabajo teórico, "Teoría del Túnel", y en la revista Los Anales de Buenos Aires su cuento “Bestiario”. En 1948 obtuvo el título de traductor público de inglés y francés, tras cursar en apenas nueve meses estudios que normalmente requerían tres años. El esfuerzo le provocó síntomas neuróticos (la búsqueda de insectos en la comida) que desaparecieron con la escritura de "Circe", un cuento que haría parte de Bestiario. En 1949 publica el poema dramático Los Reyes, primera obra firmada con su nombre real e ignorado por la crítica. Durante el verano escribió Divertimento, una novela que en cierta forma manera prefigura a Rayuela, y que sería publicada en 1986, después de su muerte. Colaboró en revistas culturales de Buenos Aires (Cabalgata, Realidad y Sur) y en 1950 escribió otra novela, El examen, rechazada por el asesor literario de Losada, Guillermo de Torre, y que tampoco tuvo éxito a un concurso convocado por la misma editorial. Solo sería editada en 1986. Hizo un primer viaje a Europa y en el barco conoció a Edith Aron, en quien basaría el personaje de la Maga.
En 1951 publicó Bestiario, una colección de ocho relatos que le valieron cierto reconocimiento local y que inauguraron para el mundo al Cortázar que conocemos. De hecho, “Casa tomada”, “Circe y “Carta a una señorita en París” son tres de los cuentos más festejados por sus lectores. Cortázar decidió trasladarse a París, ciudad donde, salvo esporádicos viajes por Europa y América Latina, residiría durante el resto de su vida.

Cortázar con Aurora Bernárdez

Matrimonios y satélites

“No soy excesivamente monógamo”, dijo Cortázar en alguna entrevista. Aurora Bernárdez, Ugné Karvelis y Carol Dunlop son las tres mujeres con las que se le relaciona "oficialmente", pero la lista está incompleta obviamente. La inglesa Edith Aron, a quien conoció en el barco que lo llevó a Europa, y Cristina Peri-Rossi, la escritora uruguaya, deben agregarse a la lista. Al final de la relación con Ugné Kavalis el escritor andaba enredado con otras mujeres.
La relación amorosa con Aurora comenzó en Buenos Aires y fue intensa desde un principio. Cortázar hizo un primer viaje a Europa solo y, al regresar, los lazos se estrecharon aún más. Decidieron vivir juntos en Europa. Cortázar viajó primero. Carlos Gabetta describe a  Aurora Bernández, reconocida traductora, como mujer “fina, culta, delicada, sensible, lo que habitualmente se llama una señora”. Se dedicaron al trabajo, la lectura y la audición de los cuartetos de Alban Berg y Schoenberg “aprovechando la ventaja de que aquí no hay nadie que nos golpee el cielo raso”. Vargas Llosa describe la guarida de Cortázar como una casa “alta y angosta como el propio Cortázar”, atiborrada de libros y con un pizarrón donde, asegurados con tachuelas, Cortázar iba fijando recortes de periódicos que hablaban de lo insólito cotidiano, reproducciones de cuadros, tarjetas postales, dibujos de amigos, una fotografía de Louis Amstrong tocando la trompeta, un programa de cine.
La pareja vivía en París en modestas condiciones cuando surgió el ofrecimiento de traducir la prosa completa de Edgar Allan Poe para la Universidad de Puerto Rico. Dicho trabajo sería considerado luego por los críticos como la mejor traducción de la obra del escritor estadounidense. Los Cortázar se fueron a vivir a Italia durante el año que duró el trabajo, y el 22 de agosto de 1953 se casaron en París. Cortázar también tradujo Robinson Crosoe, de Daniel Defoe, y Mémories d’Hadrien, de Marguerite Yourcenar.
En 1963 visitó Cuba invitado por Casa de las Américas para ser jurado en un concurso. Ya nunca dejaría de interesarse por la política latinoamericana. Aurora, en cambio, volvió de la isla desilusionada y juró que nunca regresará. En ese mismo año apareció Rayuela, que sería el mayor éxito editorial de Cortázar y que le aseguraría un lugar de primera fila en el panorama de la literatura latinoamericana.  Según declaró en una carta a Manuel Antín en agosto de 1964, Rayuela no iba a ser el nombre de su novela sino Mandala: «De golpe comprendí que no hay derecho a exigirle a los lectores que conozcan el esoterismo búdico o tibetano». Desde entonces, con Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, hizo parte del privilegiado boom de la literatura latinoamericana.
En 1967 rompió su vínculo con Aurora Bernárdez y tomó por pareja a la lituana Ugné Karvelis, con quien nunca contrajo matrimonio, pero quien le inculcó un gran interés por la política y difundió su obra a nivel internacional. Se habían visto de lejos en París pero se enamoraron en La Habana. Agné era la contrafigura de Aurora, según Carlos Gabetta: “tempestuosa, volcánica, sensual, habla con fuerte voz de tabaco, bebedora, expansiva”. Dice Agné: “Llegados de dos extremos del mundo ─el uno de Argentina, la otra de Lituana─ devorábamos, uno y otra, más libros y jazz que bistecs, en busca de una libertad, de una verdad de a entonces ignorábamos el nombre.” La relación duraría hasta 1979.
Con su tercera pareja y segunda esposa, la escritora canadiense Carol Dunlop, Cortázar realizó numerosos viajes. Uno de ellos fue registrado en el libro Los autonautas de la cosmopista, que cuenta el trayecto de la pareja por la autopista París-Marsella. Tras la muerte de Carol Dunlop el 2 de noviembre de 1982, Aurora Bernárdez acompañaría al escritor durante su enfermedad y sería luego la única heredera de su obra.

Cortázar con Carol Dunlop
Los últimos pasos

En agosto de 1981 sufrió una hemorragia gástrica y salvó su vida de milagro. Nunca dejó de escribir, fue su pasión aún en los momentos más difíciles. Ya era ciudadano francés. En 1983, vuelta la democracia en Argentina y muy afectado por la muerte de Carol, Cortázar hizo un último viaje a su patria, donde fue recibido cálidamente por los admiradores, que lo detenían en la calle para pedir su autógrafo, e ignorado por las autoridades nacionales. No le contó a nadie de su enfermedad, pero estaba recogiendo sus pasos. Alguien dijo que parecía un fantasma. Después de visitar a varios amigos, regresó a París.
Julio murió el 12 de febrero de 1984 a causa de una leucemia. Dos días después, fue enterrado en el cementerio de Montparnasse, en la misma tumba donde yacía Carol. La lápida y la escultura que adornan la tumba fueron hechas por sus amigos, los artistas Julio Silva y Luis Tomasello. Es costumbre dejar una copa o un vaso de vino y una hoja de papel o un billete de metro con una rayuela dibujada.

Julio Denis, Presencia, 1938
Primer libro de Julio Cortázar

El poeta Cortázar

Debe recordarse que en realidad el primer libro de Cortázar fue un poemario, Presencia, publicado con el seudónimo de Julio Denis.  Durante toda su vida escribió gran cantidad de poemas en prosa (en libros mixtos como Historias de cronopios y de famas, Un tal Lucas, Último round); e incluso poemas en verso (Presencia, Pameos y meopas, Salvo el crepúsculo). Colaboró en muchas publicaciones en distintos países, grabó sus poemas y cuentos, escribió letras de tangos (con el Tata Cedrón, por ejemplo) y le puso textos a libros de fotografías e historietas. El primer título que se publicó después de su muerte, Salvo el crepúsculo, era un libro de poemas. A pesar de su acento francés, Cortázar leía de maravilla. Las grabaciones que dejó son un auténtico manjar para sus admiradores.


Cronología

En 1914 nace en Bruselas, de padres argentinos.
En 1916 la familia se traslada a Suiza.
En 1918 la familia regresa a la Argentina y se instala en Banfield, suburbio de Buenos Aires, donde Cortázar pasa su infancia y adolescencia.
En 1923 escribe poemas y termina una primera novela.
En 1932 obtiene el grado de maestro de primaria. Ese mismo año intenta sin éxito viajar a Europa en un buque de carga, con un grupo de amigos. “Buenos Aires era una especie de castigo. Vivir allí era estar encarcelado”, le confesaría años después a Luis Harss.
En 1935 obtiene el grado de maestro de enseñanza media.
En 1936 ingresa a la carrera de letras de la Universidad de Buenos Aires.
En 1937 abandona los estudios y comienza a trabajar como profesor en Bolívar y Chivilcoy.
En 1938 publica su primera colección de poemas, Presencia (Buenos Aires, El Bibliófilo), con el seudónimo de Julio Denis. De ellos dirá que eran unos sonetos "muy mallarmeanos" y que el libro fue "felizmente" olvidado. Cortázar padeció temprano el sarampión de la poesía. A los doce o trece años, escribe sonetos que son "un plagio involuntario de Poe", poemas de amor a una compañera de clase. 
En 1944 se traslada a Cuyo, Mendoza, y en su Universidad imparte cursos de Literatura Francesa. Participa en manifestaciones de oposición al peronismo. Publica su primer cuento, “Bruja”, en la revista Correo Literario y se ve obligado a renunciar a la Universidad de Cuyo. Se traslada a Buenos Aires, donde trabaja como director de la Cámara del Libro Argentina y traductor ocasional.  
En 1946 publica el cuento “Casa tomada” en la revista Los Anales de Buenos Aires, dirigida por Jorge Luis Borges
En 1947 aparece publicado su cuento “Bestiario”.
En 1948 obtiene el título de traductor público de inglés y francés.
En 1949 publica el poema dramático Los Reyes, primera obra firmada con su nombre real e ignorado por la crítica. Durante el verano escribe Divertimento, que de alguna manera prefigura Rayuela, y que solo será publicada en 1986, después de su muerte. Colabora en las revistas culturales de Buenos Aires Cabalgata, Realidad y Sur.
En 1950 viaja a Europa y, según se supo en años recientes, conoce a la inglesa Edith Aron, con quien mantuvo un romance. Fue su Maga y la fuente de inspiración del personaje de Rayuela. Escribe otra novela, El examen, rechazada por el asesor literario de Losada, Guillermo de Torre. Cortázar la presentará sin éxito a un concurso convocado por la misma editorial. Esta novela también será editada en 1986.
En 1951 publica su primer libro de cuentos Bestiario, en la editorial Sudamericana. El libro -salvo para un puñado de lectores -pasa inadvertido. Obtiene una beca del gobierno francés y viaja a París, con la firme intención de establecerse allí. En 1952 aparece el cuento “Axolotl” en Buenos Aires Literaria.
En 1953 viaja a Italia con Aurora Bernárdez y comienza a trabajar para la Unesco. Se casa con Aurora el 22 de agosto en París.
En 1954 viaja a Montevideo  en calidad de traductor y revisor de la UNESCO. Se aloja en el Hotel Cervantes, ya frecuentado por Jorge Luis Borges y escenario de su cuento “La puerta condenada”. Va al cine, recorre la ciudad con sus pasos de gigante y visita el barrio del Cerro, donde ubicará a La Maga. Continúa trabajando como traductor independiente de la UNESCO. Sigue escribiendo lo que luego serán las Historias de cronopios y de famas, que había iniciado en el año 1951: "Una noche, escuchando un concierto en el Thèatre des Champs Elysées, tuve bruscamente la noción de unos personajes que se llamarían cronopios", explicó años después. Buenos Aires Literaria publica “Torito”. Viaja a Italia, donde empieza a traducir los cuentos de Edgar Allan Poe.
En 1956 publica el libro de cuentos Final del juego (México, Los Presentes). Aparece la traducción de Obras en prosa, de Poe, en la Universidad de Puerto Rico.
En 1959 publica el volumen de cuentos Las armas secretas, que incluye el cuento largo “El perseguidor”. “Fue una iluminación. Terminé de leer el artículo (que anunciaba la muerte de Charlie Parker) y al otro día o ese mismo día, no me acuerdo, empecé a escribir el cuento. Porque de inmediato sentí que el personaje era él (…) era lo que yo había estado buscando”. Cortázar aborda en este cuento un problema de tipo existencial que ampliaría en Los premios y profundizaría en Rayuela. Es más, asegura que sin ese cuento nunca hubiera escrito Rayuela.
En 1960 viaja a Estados Unidos (Washington y Nueva York) y publica la novela Los Premios (Sudamericana).
En 1961 realiza su primera visita a Cuba. Ella le mostrará "el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política. Desde ese día traté de documentarme, traté de entender, de leer". Ese mismo año la editorial Fayard publica Los Premios, primera traducción de una obra de Cortázar.
En 1962 publica Historias de cronopios y de famas (Buenos Aires, Minotauro).
En 1963 publica Rayuela (Buenos Ares, Sudamericana), de la que se vendieron 5.000 ejemplares en el primer año. "Escribía largos pasajes de Rayuela sin tener la menor idea de dónde se iban a ubicar y a que respondían en el fondo (...) Fue una especie de inventar en el mismo momento de escribir, sin adelantarme nunca a lo que yo podía ver en ese momento", dirá. Publica “Una flor amarilla” en la Revista de Occidente, de Madrid, y “Descripción de un Combate” en Eco contemporáneo. Ese mismo año participa como jurado en el Premio Casa de las Américas, en La Habana.
En 1965 la editorial Pantheon de Nueva York publica la traducción inglesa de Los premios y Luchterhand, Berlin, Geschichten der Cronopien und Famen.
En 1966 publica el libro de cuentos Todos los fuegos el fuego (Buenos Aires, Sudamericana). En Nueva York, Pantheon publica la traducción al inglés de Rayuela y Gallimard la traducción francesa, de Laure Guille-Bataillon. En la revista Unión, de La Habana, aparece el artículo “Para llegar a Lezama Lima”. El escritor decide asumir públicamente su compromiso con la lucha de liberación Latinoamericana. El director italiano Michelangelo Antonioni filma Blow-Up, basado en “Las babas del diablo”, uno de los cuentos de Las armas secretas, con David Hemmings, Vanessa Redgrave y Sarah Miles.
En 1967 publica La vuelta al día en ochenta mundos, que reúne cuentos, crónicas, ensayos y poemas, con una diagramación muy original de Julio Silva y como un homenaje a Julio Verne “pero de una manera muy indirecta”. Se relaciona íntimamente con Ugné Karvelis y se separa de Aurora Bernárdez.
En 1968 publica la novela 62: modelo para arma (Sudamericana), que desconcierta a la crítica, y el texto Buenos Aires, Buenos Aires, con fotografías de Sara Facio y Alicia D’Amico.
En 1969 publica otro de sus libros “almanaque”, la colección de textos de Último round, donde se recogen ensayos, cuentos, poemas, crónicas, textos humorísticos. La edición (Siglo XXI, México) está imaginada como un edificio de dos plantas, alta y baja, y cuenta con profusas ilustraciones. El libro contiene (planta baja) una extensa carta de Cortázar a Roberto Fernández Retamar escrita en Saigón el 10 de mayo de 1967. Pantheon de Nueva York publica la traducción inglesa de Historias de cronopios y de famas y Einaudi (Torino, Italia) la traducción de Rayuela.
En 1970 publica Viaje alrededor de una mesa (ponencia presentada en la mesa redonda “El intelectual y la política”, celebrada en París), así como Literatura en la revolución y revolución en la literatura (texto de la polémica sostenida por Cortázar y Mario Vargas Llosa con Oscar Collazos y publicada originalmente en la revista Marcha de Montevideo, a partir del 29 de agosto de 1969, México, siglo XXI Editores.) Publica también el volumen Relatos (que incluye los libros Bestiario, Final del juego, Las armas secretas y Todos los fuegos el fuego).
En 1971 publica Pameos y meopas (Barcelona, Ocnos), que incluye poemas escritos entre 1944 y 1958. Fue excomulgado por Fidel Castro, junto a otros escritores, por solicitar información sobre el arresto del poeta Heberto Padilla. A pesar de la desilusión por la actitud de Castro, siguió de cerca la situación política de Latinoamérica. El año anterior había viajado a Chile para solidarizarse con el gobierno de Salvador Allende. Debe recordarse que Cortázar lee y divulga al poeta cubano José Lezama Lima, autor de Paradiso.
En 1972 publica Prosa del observatorio (Barcelona, Lumen, con fotografías del propio Julio Cortázar y la colaboración de Antonio Gálvez).
En 1973 aparece Libro de Manuel (Buenos Aires, Sudamericana), que obtiene en París el Premio Médicis. Asiste a la presentación del libro en Buenos Aires. De paso visita Perú, Ecuador y Chile. Se entrevista con Salvador Allende. La novela levanta una  considerable polvareda: "...si durante años he escrito textos vinculados con problemas latinoamericanos, a la vez que novelas y relatos en que esos problemas estaban ausentes o sólo asomaban tangencialmente, hoy y aquí las aguas se han juntado, pero su conciliación no ha tenido nada de fácil, como acaso lo muestre el confuso y atormentado itinerario de algún personaje", escribió en el Prólogo. En Barcelona (Tusquets) publica La casilla de los Morelli, cuya edición, prólogo y notas estuvieron a cargo de Julio Ortega.
En 1974 aparece el libro de cuentos Octaedro (Buenos Aires, Sudamericana). Obtiene el premio Medicis de Literatura para autores extranjeros por la novela Libro de Manuel. En abril participa en una reunión del Tribunal Russell reunido en Roma para examinar la situación política en América Latina, en particular las violaciones de los derechos humanos.
En 1975 publica la historieta Fantomas contra los vampiros multinacionales (México, Excélsior), y el texto Silvalandia (que acompaña la obra gráfica de Julio Silva, México, Cultura G.D.A.). Viaja a los Estados Unidos (Oklahoma) en ocasión de la Fitfh Oklahoma Conference on Writers of the Hispanic World dedicada a su obra. Los trabajos leídos y dos textos suyos fueron reunidos en el volumen The Final Island: The Fiction of Julio Cortázar (1978), una primera valoración crítica de la obra de Cortázar en lengua inglesa. Realiza lecturas en la Universidad de Oklahoma.
En 1976 realiza una visita clandestina a la aldea de Solentiname, en Nicaragua. Publica Estrictamente no profesional (Buenos Aires, La Azotea) a partir de fotografías de Alicia D'Amico y Sara Facio.
En 1977 aparecen los libros de cuentos Alguien que anda por ahí (Madrid, Alfaguara), en el que se recoge el texto “Apocalipsis en Solentiname”, y Ceremonias (Barcelona, Seix Barral), que recoge los títulos Final del fuego y Las armas secretas.
En 1978 la editorial Pantheon publica en Nueva York la traducción inglesa de Libro de Manuel. Cortázar hace una advertencia al lector norteamericano: "Este libro se completó en 1972. La Argentina estaba entonces bajo la dictadura del general Alejandro Lanusse, y ya entonces la intensificación de la violencia y la violación de los derechos humanos eran evidentes. Tales abusos han continuado y han sido incrementados bajo la junta militar del   general Videla (...) las referencias a Argentina y otros países latinoamericanos son hoy tan válidas como lo fueron cuando se escribió este libro". Publica Territorios (México, Siglo XXI Editores) con textos relativos a la pintura.
En 1979 publica Un tal Lucas (Madrid, Alfaguara). En octubre visita Nicaragua y desde entonces se dedica a apoyar y servir a la Revolución Sandinista. Algunos de sus textos son utilizados en la campaña de alfabetización del país. Se separa de Ugné Karvelis, con la que sigue manteniendo una estrecha amistad. Viaja a Panamá con Carol Dunlop y conoce a Omar Torrijos.
En 1980 publica el libro de cuentos Queremos tanto a Glenda (México, Nueva Imagen). Realiza una serie de conferencias en la Universidad de Berkeley, California.
En 1981 Miterrand le concede la nacionalidad francesa.
En 1982 publica un nuevo libro de cuentos, Deshoras (México, Nueva Imagen). En noviembre muere Carol Dunlop.
En 1983 aparece el libro Los autonautas de la cosmopista (Barcelona, Muchnik Editores), escrito a cuatro manos con Carol Dunlop, y que narra un viaje de treinta y tres días entre París y Marsella. Viaja a La Habana para asistir a una reunión del Comité Permanente de Intelectuales por la Soberanía de los pueblos de Nuestra América. Entre el 30 de noviembre y el 4 de diciembre viaja a Buenos Aires, para visitar a su madre después de la caída de  la dictadura. Las autoridades ignoran su presencia, pero es calurosamente recibido por la gente, que lo reconoce en las calles. Se publica Nicaragua tan violentamente dulce (Managua, Ed. Nueva Nicaragua).
En 1984 viaja a Nicaragua, recibe del ministro de Cultura nicaragüense, Ernesto Cardenal, la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío. El 12 de febrero Julio Cortázar muere de leucemia y es enterrado en el cementerio de Montparnasse, junto a Carol Dunlop. En México (Editorial Nueva Imagen) aparece su libro de poemas Salvo el crepúsculo.