lunes, 31 de octubre de 2011

CALAVERAS LITERARIAS

Todos los años, cuando se acerca el 2 de noviembre, o sea el Día de los Fieles Difuntos, aparecen por todos lados (¡hasta en las secciones de espectáculos de los diarios!) los versificadores espontáneos, presuntos autores de calaveras, este subgénero satírico que tuvo sus inicios en los últimos años del siglo xix, pero que posteriormente, salvo excepciones, acabó falseándose, adulterándose hasta pasar de la sátira social al elogio descarado acerca de políticos y figuras públicas y comediantes y actricillas de la farándula televisiva, de modo tal que en vez de censurar los vicios de los aludidos, y por los cuales se deberían ir en vida a la tumba, se desnaturalizó dicho sentido crítico y, contrarias a su intención original, las calaveras terminaron por alabar, celebrar, festejar las dudosas virtudes de los calavereados. (Y año con año, hasta los políticos más desprestigiados aspiran a ser saludados lisonjera y aduladoramente por algún barbero de quinta)...
Quizá todo esto se deba a que no existe del todo una definición y una caracterización precisas de lo que en un principio fue en México una calavera. En su Diccionario del español usual en México, los redactores dirigidos por Luis Fernando Lara, tan sólo señalan, en su quinta acepción, que una calavera está hecha de "versos festivos que se escriben en noviembre con motivo del día de muertos, y que pretenden ser el epitafio de una persona viva". En ningún lado se agrega que este carácter festivo debe ir acompañado de un sentido satírico y aún sarcástico, como es común en las mejores calaveras que hasta nuestros días han llegado. Respecto de métrica y de rima, nada dice tampoco el Diccionario del español usual en México, pero es claro que los versos no pueden ser de la medida o el capricho que a cada quien Dios le dé a entender y que aun así se sigan llamando calaveras.
El mejor ejemplo de una calavera que pone el Dr. Atl en su libro Las artes populares en México (1922) es aquel de intención aguda, eminentemente popular, que tiene su fuerza y su eficacia en "el arte de decir". Agrega que son "versos anónimos que vuelan de boca en boca, saturados de trágica ironía, como aquellos que nacieron después del drama en que Carranza perdió la vida en las serranías del estado de Puebla, versos macabros dignos de ser escritos al pie de la estatua de Huitzilopochtli y que comienzan así: "Si vas a Tlaxcalantongo,/ tienes que ponerte chango,/ porque allí a barbas tenango/ le sacaron el mondongo."
Similar sería la sátira calavereada para un gachupín de quien se celebra anticipadamente su viaje al otro mundo: "Aquí yace y hace bien/ Venancio el de Santander./ Como vino a hacerse rico,/ nada más vino a joder."
Las hojas volantes de Manuel Manilla (1830-1895) y de José Guadalupe Posada (1852-1913), publicadas en los últimos años del siglo xix y los primeros del xx, dan perfectamente las características de las calaveras: versos festivos, sí, pero imprescindiblemente satíricos, para nada lisonjeros, perfectamente medidos (ocho sílabas cada uno, es decir octosilábicos), en estrofas de cuatro versos y con rimas consonantes en al menos dos versos alternados cuando no en los cuatro.
La "Calavera tapatía" (1890) de Manuel Manilla es más que elocuente en este sentido: "El país tengo recorrido/ con mi cuchillo filoso,/ y nadie, pues, me ha tosido/ tan bien como yo le toso.// Porque aquel que la intención/ tuvo en toserme de veras,/ rodando está en el panteón/ con muertos y calaveras.// Aquí he matado poblanos,/ jarochos y toluqueños,/ tepiqueños y surianos,/ de Mérida y oaxaqueños.// No resiste ni un pellejo/ mi cuchillo nuevecito:/ He muerto de puro viejo/ pues fui en mi vida maldito."
Por su parte, José Guadalupe Posada, en su hoja volante "Revumbio de calaveras", perfecciona la sátira y fija los elementos técnicos y estéticos de la calavera: "Quien quiera gozar de veras/ y divertirse un ratón,/ venga con las calaveras/ a gozar en el panteón.// Literatos distinguidos/ en la hediondez encontré/ en gusanos confundidos,/ sin ellos saber porqué.// Y en gran tropel apiñados/ Los vendedores corrían/ contentos y entusiasmados/ por el negocio que hacían.// Cereros de sacristía/ que roban la cera al rato,/ que con mucha sangre fría/ se echan el sufragio al plato."
Siendo las calaveras un subgénero poético mexicano, emanado del sentimiento popular, surge para censurar, criticar, atacar y ejercer la burla contra los poderes establecidos de todo tipo (político, social, económico, cultural, etcétera), a manera de festiva revancha contra los que en vida siempre ganan. Las calaveras pertenecen indudablemente a lo que Gabriel Zaid ha denominado la poesía popular burlesca de México y de la cual incluye varios ejemplos en su imprescindible Ómnibus de poesía mexicana.
En las "Calaveras de las elecciones presidenciales (1919)", publicadas por Vanegas Arroyo, leemos: "Yo os propongo al nunca bien/ ponderado y grande mico,/ ilustre Chónforo Vico,/ escapado de Belén.// Prófugo de las Marías,/ gran maestro en la ganzúa,/ instruido en San Juan de Ulúa/ y en la Penitenciaría.// Sabe abrir las cajas fuertes/ y extraer una cartera./ Ha sido gran calavera/ y debe catorce muertes.// Elegid pues pueblo amado/ sin dudar y a tapahocico/ al muy ilustre y nombrado/ y noble Chónforo Vico.// Después de discursos tales/ llenos de frases sinceras/ se fueron las calaveras/ a las urnas sepulcrales.// Salió electo presidente/ por su real y hermoso pico/ el notable, el prominente,/ ilustre Chónforo Vico."
Si en México hay un subgénero de poesía tradicional satírica, es el de las calaveras; así como cartón político es por definición crítico, las auténticas calaveras concentran en sus versos octosílabos y rimados una devastadora crítica social e individual que año con año una buena cantidad de zalameros tergiversa y adultera.
Juan Domingo Argüelles

MICTECACIHUATL Y MICTLANTECUHTLI, GUARDIANES DEL INFRAMUNDO

Cada vez es menos complicado describir el día de los muertos, la festividad en la que se celebra la vida de los difuntos y se les espera con nutritivas ofrendas, recordatorios y altares que homenajean su paso por esta tierra.

En estas fechas del año, se hace más evidente la distinción de las celebraciones a los que han partido hacia otro plano. Mientras en muchas culturas se festeja el mercantilizado “All Hollows Eve” o Halloween, el cual alude más a empachos por consumo de golosinas y disfraces estrafalarios, otras tradiciones continúan arraigadas a un profundo legado cultural y una historia que como espectros regresan todos los años a recordarnos quiénes somos.

Si bien el día de las brujas es una festividad divertida y que genera expectativa en chicos y grandes, su propósito se ha reducido en gran medida a la diversión y la demostración de las cualidades decorativas que muy poco aluden a la festividad original.



Antes del edén, del limbo y del infierno; de la trinidad, las cruces y el dogma cristiano, de calacas azucaradas y versos satíricos que burlan a políticos y personalidades importantes, una unión de deidades aztecas centró su reino en el inframundo, donde se albergaron todas las ánimas del mundo y las bases para la tradición que ahora conocemos.

Mictecacihuatl y Mictlantecuhtli recibían a todos los difuntos de muerte natural o que presentaban cierta particularidad en su partida. Sin embargo, en estudios basados en los escritos del fraile franciscano Bernardino de Sahagún (“Historia general de las cosas de Nueva España”) se menciona que del mismo modo, gente de la nobleza azteca también residía en este plano.

Según los escritos de Sahagún, quien logró dominar el náhuatl, y gracias a informantes indígenas documentó la cultura, los muertos -de acuerdo la forma de perecimiento-, se dirigían a dos lugares: Tlalocan (el cielo del sol) y Mictlán.

Sin embargo existía otro destino del cual se desconocen muchos aspectos que es denominado Xochatlapan.

Para ser admitido en Mictlán -el que muchos consideraron de manera errónea como el infierno, ya que era parte inferior de los tres planos de la cosmovisión azteca-, el difunto debía pasar nueve pruebas correspondientes a los nueve niveles de Mictlán hasta llegar al umbral de la “Dama de la muerte” o Mictecacihuatl, y el Señor de los difuntos, Mictlantecuhtli.

Mictlán era el nombre del lugar del descanso eterno, el destino al que cualquier mortal (no ultimado en guerras, sacrificios o muerte heroica), podía aspirar.

Con la llegada de la conquista española, milenarios rituales fueron eliminados o modificados de los calendarios festivos por ser considerados paganos, y la festividad en la que se honraba a los muertos -originalmente realizada a principio del noveno mes según el calendario azteca, vale decir en agosto según el calendario actual-, no fue la excepción.

No obstante, esta festividad que en primera instancia era celebrada durante un mes con diferentes ceremonias, fue adoptada por la iglesia unificándola (como hizo con muchas romanas), formulando un secretismo cultural con la ya establecida celebración eclesial de Todos los Santos.

Más a fondo, la naturaleza de esta celebración azteca y la visión sobre el alma y la vida después de la muerte, estaba constatada en que el cuerpo humano estaba formado por una parte física y otra espiritual; esta última dividida en tres partes: Teyolía, el Tonalli e Ihiyotl.

Estas tres entidades anímicas se concentraban primordialmente en la cabeza, el corazón y el hígado.

Estas “tres almas” (o tres aspectos del alma), estaban encargadas de mantener el equilibrio físico y mental de cada persona. Así al morir, Teyolía que se encuentra en el corazón engloba la esencia humana y las facultades mentales.

Del mismo modo, Tonalli (relacionado con la individualidad y el destino personal), reposaba sobre la tierra y era guardado por los familiares en pequeños cofres junto con sus cenizas luego de ser cremados junto con ofrendas y artefactos que ayudarían a los difuntos en el más allá.

Finalmente se encontraba Ihíyotl, motor de las pasiones y cuya esencia se dispersaba por la faz de la tierra para convertirse en espectros o enfermedades.

En religiones occidentales el destino del alma es definitivo, y claramente definido: Si te portas bien te vas al cielo, y si te portas mal te vas al infierno.

En la cultura azteca, contrario a esto, el destino final estaba determinado por la manera o causa de la muerte. Como se halla en los documentos de Sahagún, también este destino estaba determinado ademas, por la ocupación del difunto.

Tlalocan, el otro destino, era un lugar de abundancia, donde la mazorca, el agua y la vegetación excedían; era un lugar sin penas habitado por guerreros y personas sacrificadas en batallas o rituales, donde después de cuatro años se convertían en aves de hermoso plumaje y se alimentaban de la nutritiva cempazuchil, la tradicional flor de los muertos.

Los familiares de los que se dirigían a Mictlán –y aquí es donde reside una de las bases de la tradición- mediante rituales auxiliaban a sus seres queridos para vencer estas nueve pruebas al colocar una diversidad de elementos en pequeños altares en forma de pirámides. Vencer el “viento de navajas”, atravesar un camino con culebras, o con una lagartija verde eran algunas de las pruebas antes de llegar a la última, que era cruzar el río Chiconahuapan.

Para esta prueba los familiares del difunto lo enterraban junto con un perro para que éste les asista al cruzar el río hacia el destino final, junto a los amorosos amos de la muerte.

Al llegar junto a ellos, el muerto debería presentarse y entregar las ofrendas con las que fue enterrado.

En cuanto a las honras para los muertos que se dirigían al inframundo sí existía una distinción en lo social.

Los nobles eran acomodados de forma específica, envueltos en un lienzo recién tejido, en la boca una pieza de jade era colocada para simbolizar el corazón. Se cree que como en Egipto antiguo, los esclavos de estos nobles eran sacrificados para asistir a sus amos en la otra vida. Los actos fúnebres para los de menor casta social eran similares, diferenciándose en la piedra colocada en la boca.

“No tenemos vida permanente en este mundo y brevemente, como quien se calienta al sol, es nuestra vida”, decían los aztecas, y esta afirmación no ha caducado.

El día de los muertos es la celebración en la que los mortales tenemos la oportunidad de recordar a los que se “calentaron” con el sol en este mundo, y asistirles para que lleguen al paraíso perfecto, a Mictlán, y todos lo años vuelvan a estar entre nosotros.
 

¿A dónde iremos?

¿A dónde iremos,

donde la muerte no existe?

Más, ¿por esto viviré llorando?

Que tu corazón se enderece:

Aquí nadie vivirá por siempre.

Aun los príncipes a morir vinieron.

Los bultos funerarios se queman.

Que tu corazón se enderece:

Aquí nadie vivirá para siempre.

-Nezahualcóyotl.

MICTLÁN

Los mexicas elaboraron un calendario donde plasmaron cada uno de los acontecimientos naturales durante el año que tenía 18 meses de 20 días donde ellos observaron que la tierra entra en reposo en el décimo segundo mes llamado teotleco o pachtontli que es cuando empezaraban a soplar los vientos frios.

Ellos sabían que existían 13 ciclos en los planos celestiales y que mas allá se encontraba la región de los dioses, que es el lugar de la dualidad llamada omeyocan.

También se conocían los nueve planos del inframundo, Mictlan, donde el espíritu tenía que sufrir todas las pruebas para alcanzar el descanso eterno. Los muertos eran guiados por un perro llamado Xólotl (Perro gigante).

Los nueve planos del Mictlan eran:

1.- Apanohuaia o Itzcuintlan: Aquí había un río caudaloso, la única manera de cruzarlo era con ayuda de Xólotl. Si en vida no se había tratado bien a algún perro, el muerto se quedaba en esta dimensión por la eternidad.

2.- Tepectli Monamictlan: Lugar donde los cerros chocan entre si.

3.- Iztepetl: Cerro de navajas; este lugar se encontraba erizado de pedernales.

4.- Izteecayan: Lugar en el que sopla el viento de navajas; este era un sitio con una sierra compuesta de ocho colinas y nevaba copiosamente.

5.- Paniecatacoyan: Lugar donde los cuerpos flotan como banderas; este lugar estaba al pie de la última colina del Izteecayan y ahí empezaba una zona desértica muy fría, compuesta de ocho páramos que había que recorrer.

6.- Timiminaloayan: El lugar donde flechan; aquí se decía era un sendero en cuyos lados manos invisibles enviaban puntiagudas saetas hasta acribillar a los pasantes.

7.- Teocoyocualloa: Lugar donde las fieras se alimentan de los corazones. En este pasaje, una fiera salvaje abría el pecho del difunto para comerle el corazón, ya que sin este órgano, la persona caía en un charco donde era ferozmente perseguida por un caimán.

8.- Izmictlan Apochcalolca: El camino de niebla que enceguece; en este lugar; se tenían que vadear nueve ríos antes de llegar al sitio donde le esperaba su descanso mortal.

9.- ChicUNAMictlan: Aquí las almas encontraban el descanso.

Después de pasar todos estos obstáculos, se llega a la liberación de su tetonalli (alma). El viaje póstumo dura cuatro años.

El rey de Mictlan:Mictlantecuhtli


la reina de Mictlan: Mictecacíhuatl