Todos  los años, cuando se acerca el 2 de noviembre, o sea el Día de los  Fieles Difuntos, aparecen por todos lados (¡hasta en las secciones de  espectáculos de los diarios!) los versificadores espontáneos, presuntos  autores de calaveras, este subgénero satírico que tuvo sus inicios en  los últimos años del siglo xix, pero que posteriormente, salvo  excepciones, acabó falseándose, adulterándose hasta pasar de la sátira  social al elogio descarado acerca de políticos y figuras públicas y  comediantes y actricillas de la farándula televisiva, de modo tal que en  vez de censurar los vicios de los aludidos, y por los cuales se  deberían ir en vida a la tumba, se desnaturalizó dicho sentido crítico  y, contrarias a su intención original, las calaveras terminaron por  alabar, celebrar, festejar las dudosas virtudes de los calavereados. (Y  año con año, hasta los políticos más desprestigiados aspiran a ser  saludados lisonjera y aduladoramente por algún barbero de quinta)...
Quizá  todo esto se deba a que no existe del todo una definición y una  caracterización precisas de lo que en un principio fue en México una  calavera. En su Diccionario del español usual en México, los  redactores dirigidos por Luis Fernando Lara, tan sólo señalan, en su  quinta acepción, que una calavera está hecha de "versos festivos que se  escriben en noviembre con motivo del día de muertos, y que pretenden ser  el epitafio de una persona viva". En ningún lado se agrega que este  carácter festivo debe ir acompañado de un sentido satírico y aún  sarcástico, como es común en las mejores calaveras que hasta nuestros  días han llegado. Respecto de métrica y de rima, nada dice tampoco el Diccionario del español usual en México,  pero es claro que los versos no pueden ser de la medida o el capricho  que a cada quien Dios le dé a entender y que aun así se sigan llamando  calaveras. 
El mejor ejemplo de una calavera que pone el Dr. Atl en su libro Las artes populares en México  (1922) es aquel de intención aguda, eminentemente popular, que tiene su  fuerza y su eficacia en "el arte de decir". Agrega que son "versos  anónimos que vuelan de boca en boca, saturados de trágica ironía, como  aquellos que nacieron después del drama en que Carranza perdió la vida  en las serranías del estado de Puebla, versos macabros dignos de ser  escritos al pie de la estatua de Huitzilopochtli y que comienzan así:  "Si vas a Tlaxcalantongo,/ tienes que ponerte chango,/ porque allí a  barbas tenango/ le sacaron el mondongo." 
Similar  sería la sátira calavereada para un gachupín de quien se celebra  anticipadamente su viaje al otro mundo: "Aquí yace y hace bien/ Venancio  el de Santander./ Como vino a hacerse rico,/ nada más vino a joder." 
Las  hojas volantes de Manuel Manilla (1830-1895) y de José Guadalupe Posada  (1852-1913), publicadas en los últimos años del siglo xix y los  primeros del xx, dan perfectamente las características de las calaveras:  versos festivos, sí, pero imprescindiblemente satíricos, para nada  lisonjeros, perfectamente medidos (ocho sílabas cada uno, es decir  octosilábicos), en estrofas de cuatro versos y con rimas consonantes en  al menos dos versos alternados cuando no en los cuatro. 
La  "Calavera tapatía" (1890) de Manuel Manilla es más que elocuente en  este sentido: "El país tengo recorrido/ con mi cuchillo filoso,/ y  nadie, pues, me ha tosido/ tan bien como yo le toso.// Porque aquel que  la intención/ tuvo en toserme de veras,/ rodando está en el panteón/ con  muertos y calaveras.// Aquí he matado poblanos,/ jarochos y  toluqueños,/ tepiqueños y surianos,/ de Mérida y oaxaqueños.// No  resiste ni un pellejo/ mi cuchillo nuevecito:/ He muerto de puro viejo/  pues fui en mi vida maldito." 
Por  su parte, José Guadalupe Posada, en su hoja volante "Revumbio de  calaveras", perfecciona la sátira y fija los elementos técnicos y  estéticos de la calavera: "Quien quiera gozar de veras/ y divertirse un ratón,/  venga con las calaveras/ a gozar en el panteón.// Literatos  distinguidos/ en la hediondez encontré/ en gusanos confundidos,/ sin  ellos saber porqué.// Y en gran tropel apiñados/ Los vendedores corrían/  contentos y entusiasmados/ por el negocio que hacían.// Cereros de  sacristía/ que roban la cera al rato,/ que con mucha sangre fría/ se  echan el sufragio al plato." 
Siendo  las calaveras un subgénero poético mexicano, emanado del sentimiento  popular, surge para censurar, criticar, atacar y ejercer la burla contra  los poderes establecidos de todo tipo (político, social, económico,  cultural, etcétera), a manera de festiva revancha contra los que en vida  siempre ganan. Las calaveras pertenecen indudablemente a lo que Gabriel  Zaid ha denominado la poesía popular burlesca de México y de la cual  incluye varios ejemplos en su imprescindible Ómnibus de poesía mexicana. 
En  las "Calaveras de las elecciones presidenciales (1919)", publicadas por  Vanegas Arroyo, leemos: "Yo os propongo al nunca bien/ ponderado y  grande mico,/ ilustre Chónforo Vico,/ escapado de Belén.// Prófugo de  las Marías,/ gran maestro en la ganzúa,/ instruido en San Juan de Ulúa/ y  en la Penitenciaría.// Sabe abrir las cajas fuertes/ y extraer una  cartera./ Ha sido gran calavera/ y debe catorce muertes.// Elegid pues  pueblo amado/ sin dudar y a tapahocico/ al muy ilustre y nombrado/ y  noble Chónforo Vico.// Después de discursos tales/ llenos de frases  sinceras/ se fueron las calaveras/ a las urnas sepulcrales.// Salió  electo presidente/ por su real y hermoso pico/ el notable, el  prominente,/ ilustre Chónforo Vico." 
Si  en México hay un subgénero de poesía tradicional satírica, es el de las  calaveras; así como cartón político es por definición crítico, las  auténticas calaveras  concentran en sus versos octosílabos y rimados una devastadora crítica  social e individual que año con año una buena cantidad de zalameros  tergiversa y adultera.
Juan Domingo Argüelles 

 
 
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