lunes, 13 de diciembre de 2010

Los que se fueron

Los que se fueron En 2010, nuestra literatura lamentó la partida de muchos escritores. Unos, como Alí Chumacero o Antonio Alatorre, vivieron existencias largas y fructíferas. Otros, como Esther Seligson, Carlos Montemayor, Carlos Monsiváis y Germán Dehesa, dieron mucho pero se fueron antes de tiempo. En este breve espacio quiero trazar, como homenaje, un atisbo de cada uno de ellos.

La poeta, narradora y ensayista Esther Seligson (1941) era una misteriosa mezcla de cabalista judía y mística hindú. Vagabunda y libérrima, profunda y atrabiliaria, espiritual y sensual, mujer de estudio y mujer de teatro, lectora de Levinas y traductora de Cioran, de su vasta obra -hermética, apasionada y compleja- me gusta mucho, porque la revela, su poema Cicatrices ("Por las cicatrices de la memoria se cuelan las heridas del olvido..."). Octavio Paz la respetaba y quería: nunca olvidó que Esther fue la más generosa donante en la rifa que permitió el nacimiento de Vuelta. Nos unía un dato curioso: nuestros antepasados habían convivido en el mismo edificio al llegar a México.
Carlos Montemayor (1947) era ante todo un buen poeta, pero con el fervor que lo caracterizaba fue también un notable lingüista y ensayista, un cantante serio, un formidable luchador social y un novelista comprometido, como atestigua su gran novela Guerra en el paraíso. Un irreductible guerrillero romántico y un elegante humanista del Renacimiento convivían en aquella cabeza de pelo ensortijado, aquella mirada benévola tras los gruesos lentes y su saco de tweed a cuadros. Fue un traductor notable, al que le debemos excelentes versiones de Pessoa, Whitman y lírica griega, especialmente la de Safo. Pero no sólo de ellos: en una remotísima cena a principio de los setenta, me quitó el habla con su conocimiento del hebreo y sus citas de Gershom Scholem. En un programa de televisión en el que debatimos, se comportó con una caballerosidad inglesa.
Nos reíamos mucho, Germán Dehesa (1944) y yo, al ver la dificultad con que doblaba el dedo meñique que le fracturé hace más de cuarenta años jugando "tochito". Tiempo después, aquel muchacho enamorado de los Pumas se convertiría en un extraordinario profesor de la Facultad de Filosofía en la UNAM. Borges, que tantos lectores tuvo y tiene, no tendría muchos a la altura de Germán. No integró propiamente una obra orgánica pero encontró su gozosa vocación en el periodismo. En su columna diaria descubrió un tono inimitable. Ya sea que hablara de sus peripecias privadas o de los problemas públicos, había en su prosa una liviandad que parecía natural pero que era producto de muchas lecturas. En varios momentos de tragedia nacional (inundaciones, por ejemplo), Germán se crecía hasta convertirse en un líder social que movilizaba a la gente a prender una luz o donar una cobija. Fue valeroso en la vida y ejemplar en su trance final. Se fue dibujando una sonrisa.
De todo el conjunto que ahora evoco, Carlos Monsiváis (1938) era, en realidad, mi único amigo. Guardo muy buenos recuerdos suyos. Escribió no pocos libros de valor (sobre todo los dedicados a la cultura popular). Éramos críticos uno con el otro. Yo resentía la amalgama de opiniones y hechos en sus textos: el resultado era la oscuridad críptica. Pero en Carlos sobraban las facetas positivas, como el humor paródico, la inteligencia agudísima y la creación de un personaje público muy querido. Su lealtad a la izquierda fue de hierro, como se demostró en el 2006. Pero con la misma convicción tuvo el valor de criticar la intolerancia en Cuba. Elena Poniatowska, su alma gemela, escribió hace poco que le hace mucha falta. A mí, tan lejos y tan cerca, también.
Traté un poco a Alí Chumacero (1918) cuando trabajaba en el Fondo de Cultura Económica. Lo veía como el legendario editor literario y el modesto autor de casi todas las solapas de esa editorial, pero pronto supe que se trataba de uno de los poetas más finos de nuestra literatura, autor del clásico Palabras en reposo. Coeditor de la gran revista literaria Tierra Nueva, tengo la impresión de que la presencia de Octavio Paz (apenas cuatro años mayor) tuvo en él un efecto depurador: frente a una obra de tales dimensiones, Chumacero estaba forzado a la economía y la perfección. Había un aire impenetrable de indio cora en aquel hombrón de fuertes manos y risa estentórea. Conozco una cuarteta suya no recogida en libros que retrata su picardía: "Le dijo la guacamaya, al pájaro azul turquí, vámonos a la chingada, ¿qué estamos haciendo aquí?".
Antonio Alatorre (1922) fue nuestro más destacado lingüista. Su libro sobre los 1001 años del español es un clásico, lo mismo que sus estudios sobre Sor Juana y los diversos artículos que publicó, sobre todo en la Nueva Revista de Filología Hispánica que dirigió en El Colegio de México. Tradujo magistralmente a Bataillon, Chevalier y Gerbi, entre otros. Sus intervenciones en El Colegio Nacional eran inesperadas y claridosas. Siempre hubo algo juvenil, desparpajado y polémico en ese gran sabio jalisciense cuyas clases y cuya tertulia recuerdan generaciones de discípulos y amigos. ¡Cómo se reía al recordar que siendo un Secretario de El Colegio de México se le ocurrió la idea de comprar (para ahorrar) cientos de rollos de papel de baño! "Imagínate la cara de Don Daniel", me decía.
Seis protagonistas de la cultura mexicana. Fallecidos a su tiempo o antes de tiempo, se les extraña. Quedan sus obras.
- Enrique Krauze

¿Un país de lectores?


Los resultados del examen conocido como PISA (Programme for International Student Assessment) que se han dieron a conocer al inicio de diciembre, corresponden a su aplicación en 2009 y permiten comparar la evaluación de los jóvenes mexicanos de 15 años en torno a la lectura entre 2000 y 2010. Esta prueba es realizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y se lleva a cabo entre sus países miembros y otros que se adhieren a la evaluación que, por ser internacional, arroja resultados comparativos de interés. En México el encargado de coordinar esta prueba es el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE).
PISA evalúa tres grandes dimensiones: la lectura –comprendida esta como la capacidad de ser una persona “letrada” en distintos niveles y no, como pretende la SEP, un “lector” veloz de palabras por minuto-; el razonamiento matemático y el conocimiento y la comprensión del proceder científico. Su aplicación es trianual y en cada una se profundiza en un área en particular. En 2009 se evaluó, al igual que en 2000, la lectura de tal manera que es posible hacer entre ambos resultados un ejercicio de comparación confiable.
¿Cuáles son los resultados más importantes que arroja PISA? Dejemos de lado la pésima costumbre de considerar a este tipo de evaluaciones como si fueran tablas de posiciones en el futbol. El señor Fox, en la aplicación del 2003, muy alegre dijo que estábamos “muy bien” porque le ganábamos por un punto a Chile... Ahora, con los resultados de 2009, el señor Lujambio, secretario de Educación Pública, señaló que estábamos 8 puntos por arriba del promedio de América Latina y mejor que Brasil. No hace mal compararnos, pero ¿por qué hacerlo de una forma tan burda?
Una veta interesante es explorar qué hay luego de la comparación con nosotros mismos. En 2000 el promedio nacional fue de 422 puntos y en 2009 logramos 425. Casi no hay movimiento en el indicador, pero cabe resaltar que en 2000 estaban en la escuela el 52% de los jóvenes de 15 años y ahora lo está el 66%. Al incluir a más estudiantes podía haberse caído el valor de la media, de tal manera que sostenerlo puede significar dos cosas: Que la cantidad no afectó a la calidad (aunque sea baja) o bien que los nuevos estudiantes incluidos arribaron a un sistema en el que, estructuralmente, no se aprende a leer de manera suficiente. Esto es, llegaron a un lugar donde la educación no produce lectores. Dos caras del mismo proceso.
El promedio es un indicador espectacular pero tiene poco margen de interpretación. Más interesante es conocer en qué nivel de capacidad lectora se ubicaron los muchachos mexicanos. PISA tiene varios niveles que se pueden sintetizar en cuatro grandes grupos: el más bajo indica insuficiencia aguda en la capacidad para leer, entender y relacionar un texto; el segundo, identifica el mínimo necesario para desempeñarse en la sociedad contemporánea; el tercero está arriba del mínimo necesario, incluso puede ser regular o bueno pero no el deseable para realizar actividades cognitivas con cierto grado de dificultad y; el cuarto es el del lector capaz de interpretar, relacionar y abstraer (El que cuenta con el potencial para realizar actividades de alta complejidad cognitiva).
¿Cuál fue la distribución de los jóvenes de 15 años que todavía están en la escuela, entre tercero de secundaria y primero de preparatoria, al terminar la primera década del siglo XXI?
• En el nivel menor a 1b, que es equivalente a “casi cero”, tenemos al 3%
• En el nivel 1b al 11% y en el 1a al 25%. Esto es 36% que sumados al 3% anterior nos arroja que 39% presenta graves deficiencias para descifrar y comprender un texto. Esto quiere decir que 4 de cada 100 jóvenes, luego de 12 años de escolarización, no saben leer.
• En el nivel 2, en el mínimo, se concentra un tercio: 33%
• En el nivel 3, donde están los que cuentan con una capacidad lectora razonable, nuestro país tiene al 21%.
• Y, buenos lectores (niveles de 4 a 6), de acuerdo con PISA, sólo hay 6 de cada 100 jóvenes (6%).
Ahí donde nosotros tenemos a ese 6% de buenos lectores, Shanghái, China -el mejor calificado- colocó al 54% de sus jóvenes. Y en los niveles inaceptables de lectura, en donde nosotros congregamos al 40%, ellos solo tienen al 4%.
La SEP considera que el 60% de los quinceañeros nacionales son lectores de regulares a buenos, pues agrupan al nivel 2 y los subsecuentes como tales. Si fuéramos más exigentes y concibiéramos al nivel 2 como inaceptable luego de 12 años de estudios, el 77% de nuestros jóvenes tendría de graves a serios problemas para leer.
Del total de personas con 15 años solo hay en la escuela 66%. Ya un tercio se perdió en el camino. De los que sí lograron entrar y mantenerse en la escuela 77 de cada 100 no sabe leer o lo hacen con deficiencias que van de gravísimas a considerables. ¿Hay otros países en peor situación? Sí. ¿Y con mejores resultados? También. No hay espacio para hacer comparaciones ahora, pero vale la pena cerrar esta reseña inicial con tres preguntas básicas: ¿Hacia dónde va México si los muchachos escolarizados, a los 15 años, en su mayoría no saben leer bien? ¿Hacia dónde vamos si no entendemos la gravedad de este problema? ¿Quiénes son los responsables de este desastre?
- Manuel Gil Antón, profesor de El Colegio de México
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