Una mujer esta sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
--¡Que extraño! --dijo la muchacha avanzando cautelosamente--. ¡Qué puerta más pesada! La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
--¡Dios mío! --dijo el hombre--. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
--A los dos no. A uno solo --dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.
Un viajero encuentra en el campo a un personaje con una cabeza completamente lisa como un huevo, sin un sólo rasgo. Aterrorizado sube a una carreta y le pide al campesino que arree el caballo de inmediato.
--¿Qué pasa? --le pregunta el campesino.
--Fue que ví a un hombre que tenía el rostro liso como un huevo.
--Entonces --respondió el campesino volviéndose--, ¿tenía el mismo rostro que yo?
Al caer de la tarde, dos desconocidos se encuentran en los obscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
--Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
--Yo no --respondió el otro--. ¿Y usted?
--Yo sí --dijo el primero y desapareció.
Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano.
Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a Litchfield, donde se realizaba una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor, y le pidió que detuviera el automóvil. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
--Espéreme un momento --suplicó y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.
Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante a la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.
--Dígame --dijo ella--, ¿se vende esta casa?
--Sí --respondió el hombre--, pero no le aconsejo que la compre. ¡Esta casa, hija mía, está frecuentada por un fantasma!
--Un fantasma --repitió la muchacha--. Santo Dios, ¿y quién es?
--Usted --dijo el anciano y cerró suavemente la puerta.
Desde aquel día en que llovió dolor sobre su corazón no volvió a sumergirse en los sentimientos. Por ello se encerraba en el cajón de sus pensamientos, y no los quería compartir con nadie más. Intenté acercarme a ella, pero no lo permitió...
Recuerdo bien aquella noche. Demasiada sangre en el baño. Por más que lo intenté, no logré limpiarla del todo. La muerte era lo mejor que le podía haber sucedido, era la única esperanza. Y yo la ayudé. Yo rebané su hermoso cuello, y dejé que toda la sangre envenenada abandonara su cuerpo. Sólo eso limpiaría su corazón, sólo eso la dejaría libre de la ponzoña del resentimiento. Yo la salvé.
Era doloroso tratar con ella. Despertó en mí los sentimientos que nunca había experimentado. Pero sólo los despertó. Jamás me despreció del todo. Nunca me aceptó, también eso es verdad. Incertidumbre. Incertidumbre. ¡Sólo incertidumbre y sentimientos desperdiciados! Mis intentos eran balas perdidas, y ella siempre evitó las trayectorias. No había más remedio. No quería estar aquí. No tenía caso que ocupara un lugar en el mundo. Además, yo tenía que sacarla de mí. Y sólo había una solución: sacarla del mundo, sacarla de mi, y limpiar su corazón.
No recuerdo que pasó antes. Nuestros rostros se reflejaban en el espejo del baño. Ella tenía miedo. Siempre pensó que yo estaba loco, y entonces me lo confesó; creía confirmarlo. Creyó que la violaría. Me excitó el constante roce con su cuerpo, no lo niego. Pero mi misión era más importante que mis deseos. Además, no corrompería mis sentimientos con un acto así. Procedí... Aspiró profundamente durante el recorrido del metal, que lentamente hacía brotar el líquido rojo. Lenta, pero abundantemente. Caliente y envenenado. Su corazón se purificaba poco a poco. Hasta que quedó libre. ¡Salvada!
Su cuerpo yerto, en el enorme charco escarlata. Libre, ya sin el resentimiento. Entonces comencé a comprenderla. Antes la entendía, pero no la comprendía. Toda su sangre era dolor, dolor que llovió sobre mi corazón. Yo había sido contagiado. No hay nada más terrible que guardar un inmenso sentimiento, y no tener posibilidad de entregarlo. Entonces el afecto al otro se transforma en rencor a sí mismo, al mundo, y a los demás. Y sólo hay una forma de salvarse.
Yo la salvé. Pero me condené. Y yo no tengo posibilidad de salvación. Y ella me lo recuerda a cada momento. Nunca me lo ha dicho. Pero yo lo sé, y me lo confirma. Acostumbra visitarme de vez en cuando, para agradecer que la haya salvado... Y nunca viene sola.
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